Tradicionalmente pandero y pandereta han sido el sonido de la fiesta en los pueblos, y no sólo para acompañar a los villancicos navideños.
CAMPO REGIONAL / Teresa Sanz Nieto
La pandereta y el pandero forman parte del sonido de la Navidad, incluso ocupan su lugar dentro de las letras de los villancicos que por estas fechas se cantan. Pero no siempre fue así. Instrumentos muy básicos y sencillos, eran frecuentes en muchas casas en las que seguramente no sobraba la comida, no había ningún libro, ni por supuesto televisión ni radio. Cuando se quería hacer una fiesta y había algo de dinero, se pagaba al tamboril con la gaita o la dulzaina; pero si no había un real, el pandero y la pandereta no fallaban. Y gratis: “Pandero no da de comer, y por sí se ofrece”, como dicen en Peñaparda, un municipio salmantino muy cercano a la Sierra de Gata.
Allí se toca el “pandero cuadrado”, algo específico de la zona, no por su forma, que también se repite en otros lugares, si no por la manera de tocarlo. La mujer –porque tradicionalmente era la mujer quien lo tocaba, y aun hoy son mayoría en la práctica de este instrumento, las “pandereteras” para nombrar a estos grupos– sujeta el pandero como si fuera un rombo, apoyando el pie en un “sillo” y golpeando con la “porra” la trasera del pandero, y con la otra mano haciendo sonar la panza y los aros.
Ese movimiento complica los ritmos del pandero cuadrado de Peñaparda, que no posee un sonido específico, sino también baile. Porque no hablamos de instrumentos para virtuosos, sino para adornar la fiesta. Isabel Ramos, que aprendió a tocar en casa, viendo cómo lo hacían su madre y su abuela, recuerda cómo en el pueblo sonaba el pandero en momentos importantes y alegres para la comunidad, “como cuando se sacaban las patatas, se iba al huerto, a las eras a trillar, o se sembraba; en cualquier momento se preparaba fiesta, se tocaba y se bailaba a la vez”. Aunque ahora sí hay artesanos que los fabrican, entonces la pobreza era mucha y eran las mismas familias las que construían sus panderos cuadrados. “Nosotros –comenta Isabelita– los hacemos desde siempre, con piel de cabra vieja, y nunca los hemos vendido, sólo ha salido de casa uno que he regalado de corazón. Así ha sido siempre, en el pueblo casi todas las personas tienen uno, el pandero no nos quita de comer ni nada y da alegría”.
Subiendo desde Salamanca hacia el norte de la Comunidad Autónoma, en el pueblo leonés de Velilla de la Reina vive Celerina Herrero. También ella toca, en este caso la pandereta, que aprendió a dominar “mirando cómo lo hacían las otras y también siguiendo un poco tu estilo, porque esto es como todo, hay a quien se le da bien y quien tiene salero para otra cosa”. A ella el ritmo nunca le faltó “y como en esos tiempos no había mucho con que entretenerse, con nada se hacía la fiesta: aporreando un plato, golpeando en la mesa con unas cucharas… y bien que lo pasábamos, mucho mejor que ahora”.
Celerina, agricultora toda la vida, “con 79 años y muchos dolores y achaques”, sigue cuidando su huerta y también sigue tocando la pandereta, con un grupo de “pandereteras” de Velilla, cuya destreza es bien reconocida en la zona. Muchas de ellas preparan sus panderetas en el taller de Manuel Fernández, vecino del pueblo y hacedor también de rabeles, panderos y tamboriles. “Vienen aquí y fabricamos las panderetas un poco entre todos”, explica Manuel, que prefiere utilizar madera de roble, en lugar del habitual pino, tiras que corta a la medida y que, tras un remojo de 48 horas, pega en un molde. Para la piel también apuestan aquí por el cabrito “porque es más gruesa, se trabaja bien y se le saca un sonido más típico”, indica el artesano. El diámetro de la pandereta viene a ser unos 32 centímetros de ancho, con un ancho de unos 33 centímetros para la mujer y cerca de 5 para el hombre, para que se adapte mejor a la mano. “Las pandereteras mismas cosen las pieles, cortan las sonajas… Y no dejan de venir aficionados, yo creo que cada vez se valoran más estas tradiciones. Estos días se representa en Velilla una gran pastorada, y de verdad que la gente lo vive”, dice.
La pandereta, pues, aunque hoy parezca unida a la Navidad, ha sido para nuestros pueblos y en general para todo el país (e incluso para otros países, porque es un objeto con larga historia y recorrido que no nació en España) un instrumento socorrido, de baile cotidiano, útil para animar cualquier sábado o domingo. Un instrumento que siempre estaba a mano, como el almirez, la botella de anís o las castañuelas, que no fallaban aun cuando la economía era tan precaria que no se podía pagar a ningún músico”, explica Carlos Porro, experto en folklore y música tradicional.
Aunque, como ahora sabemos, la pandereta y el pandero son instrumentos para todo el año, Isabelita sí recuerda uno trocito de un villancico que acompañaba aporreando el instrumento: “Yo soy zagaleja y vengo aquí/ trayendo una oveja señor para ti./ Soy chiquitica y voy en pos/ chirriquitica del niño Dios./ Voy a adorar, voy a adorar,/ mi ovejita le voy a dar.”
Pie de foto: En la imagen, Manuel Fernández, artesano de Velilla de la Reina.