Victoriano Sanz Yagüe, nacido en el pueblo segoviano de Martín Miguel, es profesor de educación física. Fue en su trabajo cuando se le ocurrió comenzar a recuperar estos juegos tradicionales.
Una teja bien lisa y unos cuadrados dibujados en el suelo bastaban para entretenerse durante horas. O las tapas de las cajitas de cerillas. O las chapas de los botellines de refresco. O un hilo de lana y un botón. Agarrando cosas de aquí y de allí hacías pasteles y estofados, construías cabañas y, con la imaginación y cuatro cantos, hasta casas con salón-comedor. Cuando el grupo era grande, se podía jugar a “lobo y pastor” o a “civiles y malhechores”, y cuando había algún pequeño se le mandaba a por gamusinos, a ver si “picaba”. Para ninguno de estos entretenimientos hacían falta artefactos complicados. Eran juegos sin pilas y sin cables, transmitidos generación a generación, pero que ya no forman parte de la niñez actual.
Victoriano Sanz Yagüe, nacido en el pueblo segoviano de Martín Miguel, es profesor de educación física. Fue en su trabajo cuando se le ocurrió comenzar a recuperar estos juegos tradicionales. Pidió a sus alumnos que preguntaran a sus abuelos a qué cosas jugaban de niños, y que lo trajeran escrito en un papelito. Hoy tiene más de 3.000 de estas encuestas, a las que hay que sumar un intenso trabajo de campo, recorriendo tertulias y centros de mayores, auténticas “bibliotecas” de recuerdos y tradiciones. Aunque en ocasiones no es tan fácil obtener esta información. Victoriano cuenta el caso de una mujer quien, al comentarle el tema, respondió, desdeñosa, que ella no había jugado a nada, porque ya con siete años tenía que trabajar e ir a por agua con el cántaro, para ayudar en casa. “La mayor parte de la gente mayor piensa que en su infancia no predominó el juego, pero un niño siempre tiene un tiempo para el juego: incluso si tiene que trabajar, se inventará juegos en su cabeza, lo hará de una forma lúdica”, comenta el profesor.
Hablando y hablando, Victoriano ha recogido miles de juegos, canciones y retahílas. Primero publicó un libro, centrado en los que existían en Madrid; recientemente, ha editado otro con los juegos típicos de la provincia de Segovia. Ahora tiene en mente preparar uno que abarque toda la comunidad autónoma de Castilla y León. “Supone mucho trabajo, porque los juegos están mediatizados por el clima, el relieve, el paisaje. El Camino de Santiago, por ejemplo, fue una senda por la que penetraron muchos juegos, y provincias como León, en las que se entrecruzan influencias astures, gallegas y cántabras, son muy ricas”, explica. Además, aunque la mayoría de los juegos proceden de un tronco común –ya en las calzadas romanas aparece dibujado algún “avión” en el que los contemporáneos de los césares competían a la pata coja– una vez aprendidos, van derivando en numerosas variedades locales, incluso dentro de la misma provincia.
A la vez que recopila esta información, el experto ha ido coleccionando los juguetes que se utilizaban. Juguetes de materiales sencillos y simples, como la madera. Bolos, peonzas, tabas, aros, chitos, cañas, yo-yós hechos con botones, cajillas de cerillas… a veces, abandonadas, encontradas en basureros; otras veces, compradas en el Rastro o a sus propietarios, que las tenían olvidadas en un rincón, “y que cuando muestras interés por estas cosas quieren venderlas a precios desorbitados, que no se pueden pagar”, comenta Victoriano. Al final, muchas de las piezas que exhibe en una muestra itinerante las ha fabricado él mismo, dándolas una pátina de antigüedad.
Está encontrando una buena respuesta en la gente. En los mayores, está la añoranza de lo perdido. De hecho, son los jubilados, retornados a sus pueblos de origen, los que disfrutan más retomando los juegos populares en los parques. Los pequeños también están conociendo estos entretenimientos, ahora que, dentro de la asignatura de Educación Física, se incluye un apartado de juegos y deportes. No en vano, como apunta Victoriano, los juegos eran los deportes de antes. Jugando se adquirían habilidades físicas –de hecho, muchos eran prolongaciones del trabajo, como los concursos de arada o de corte de troncos– y sociales, se competía y se disfrutaba. La diferencia es que, ahora, aunque los niños aprendan estos juegos, los practican en la escuela, de una forma programada. “Algo contradictorio, porque el juego, por naturaleza, tiene que ser libre y espontáneo”, subraya el experto. Pero las calles de la ciudad no son un territorio de fiar para los pequeños. Sólo cuando, al menos en verano, recalan en un pueblo, tienen oportunidad de corretear a sus anchas.