Santiago vive en Paradinas, un pequeño pueblo de apenas 70 habitantes, a unos 30 kilómetros de la capital. Como su padre, es agricultor y ganadero.
Santiago vive en Paradinas, un pequeño pueblo de apenas 70 habitantes, a unos 30 kilómetros de la capital. Como su padre, es agricultor y ganadero. Con su hermano, atiende una explotación que suma unas cien hectáreas de secano con unas 600 ovejas castellanas, dedicadas a la producción cárnica. “La ganadería es esclava, pero también da más margen y, en años como éste, salva la explotación”, comenta Santiago. Dentro de lo malo y de que las parcelas que habían dedicado a las vezas se han quedado sin cosechar, se conforma con los rendimientos que están consiguiendo en un año tan seco, porque en zonas cercanas son mucho peores.
Casi más que la sequía, que la manda el cielo, le duele la exclusión de todos los “mayores” (él tiene 51 años) del plan agroambiental del girasol, una medida que considera totalmente injusta, porque era de los pocos cultivos que se daban bien en la comarca.
Respecto al ovino, han sorteado estos meses de pocos pastos gracias a que son los únicos con rebaño en el término. Considera que es un sector complicado, de mucho trabajo y cada vez menos beneficio, “porque van desapareciendo los compradores. Antes venían 50 todas las semanas, y ahora sólo viene uno, porque cada vez hay más requisitos que cumplir y prefieren comprar a un intermediario. Y la falta de compradores te impide negociar un mejor precio”, explica.
Siente Santiago que el agricultor y el ganadero están a expensas de lo que marcan desde arriba. “Hace poco fue el Sigpac, ahora lo del pago único… Vas a un sitio y protestas un poco, pero después tienes que volver a tu casa con tus papeles y aceptarlos, te gusten o no”, se lamenta. Pero, como él mismo dice, cada día hay que seguir “tirando del carro”