Durante algunos años, Santiago vivió fuera de su pueblo, Aldeadávila de la Ribera, en plenas Arribes, donde sólo unos metros separan la tierra salmantina y la portuguesa. Pero no perdió las ganas de volver, y cuando encontró una posibilidad regresó.
Durante algunos años, Santiago vivió fuera de su pueblo, Aldeadávila de la Ribera, en plenas Arribes, donde sólo unos metros separan la tierra salmantina y la portuguesa. Pero no perdió las ganas de volver, y cuando encontró una posibilidad regresó. Echa no menos de 60 horas por semana en la explotación: “nunca había trabajado tanto como estos últimos 10 años, pero nunca había sido tan feliz. Me gusta porque yo soy el único que me marco mis posibilidades, y también porque éste es mi pueblo, y aquí está mi gente y mi tierra”, señala.
Desde luego el entorno es especial. Un sitio de Castilla en el que caben hasta las naranjas y los limones, con un clima benigno que ha permitido a Santiago apostar en los últimos años por el olivo y la vid. Cultivos tradicionales en la zona, pero entendidos de otra manera. “Yo quiero hacer una agricultura competitiva, no se puede seguir trabajando con mulos y burras”, comenta. La excelente calidad del vino y el aceite de la zona le hace albergar esperanzas de que, a medio plazo, sean éstos su principal fuente de ingresos.
Porque por el momento, la mayor parte de sus esfuerzos están comprometidos con la cunicultura. Se introdujo en esta ganadería intensiva por casualidad. “Había comprado unos conejos a mi madre y les fui cogiendo cariño, y me lancé a la cunicultura industrial”, explica. No es único de la zona, puesto que en Aldeadávila hay cerca de 8.000 hembras en producción, un número muy importante para una producción poco conocida, muy castigada por problemas como la alta mortalidad provocada por diarreas inespecíficas y también por los batacazos continuos e injustos del mercado. En sólo un año, a Santiago le han pagado 1,90 euros por kilo de carne, un precio bueno, pero también la mitad, 1 euro, con lo que ni siquiera cubre el pienso. “La cunicultura –afirma– es una ganadería de mucho riesgo, hay que estar siempre alerta”.