Roberto trabajó durante algunos años como técnico de seguridad, supervisando obras, hasta que un día, harto de viajar por todo el país, se plantó y regresó a lo que conocía bien desde pequeño, la agricultura. Una agricultura un poco especial, de detalle, como es la de El Bierzo. Roberto tiene cuatro hectáreas de perales y siete y media de viñedos en Quilós, mil habitantes, a tres kilómetros de Cacabelos. Durante el año va atendiendo a unas y otros sin problemas, puesto que le gusta su trabajo. Pero en septiembre llega el agobio, porque la recogida de la pera y la de la uva son consecutivas. “Es estresante, especialmente porque no encuentras mano de obra para trabajar, y la que se te ofrece no siempre tiene papeles en regla. Ya no es como cuando yo iba al instituto, que todos los estudiantes íbamos a la vendimia. Por eso no me planteo ampliar la explotación, porque no compensaría tener que contar con más obreros al precio que te pagan la producción”, comenta.
Como a tantos profesionales, lo que más desanima a Roberto es el tema de los precios. No hay quien entienda que la uva de calidad valga 40 pesetas, menos que hace veinte años, “al final sales lo comido por lo servido, es la pera la que deja un poco más de margen. Somos productores, pero también consumidores, y cuando vas a una tienda te das cuenta de que para comprar un kilo de fruta necesitas haber vendido tú cuatro. Los intermediarios nos están matando”.
Esta sensación de estar indefenso, de depender del de arriba, de la mano de obra y de los intermediarios, explica, en su opinión, por qué en su zona hoy sólo hay otro agricultor de menos de 40 años y él, y que el resto superen los sesenta. Algo que aún da más rabia en El Bierzo, porque es una tierra rica y generosa.