En unos días, en cuanto caigan una par de heladas, las mimbreras estarán listas para la poda en pueblos como Villoruela (Salamanca). Precisamente estos días el Ministerio ultima un vídeo sobre las virtudes de la modesta mimbrera, olvidada en los últimos años.
CAMPO REGIONAL / Teresa S. Nieto
En unos días, en cuanto caigan una par de heladas, las mimbreras estarán listas para la poda. Hasta hace no tantos años, en pueblos como Villoruela (Salamanca), casi todos los vecinos tenían sus propias cepas, al principio para autoconsumo, y luego para una venta a pequeña escala, llevando las piezas en un borriquillo a los mercados cercanos. Entre los años setenta y ochenta, la demanda de artesanía se disparó, “y el 90 por ciento de las familias, desde el niño de ocho años al abuelo de 80, se centraron en la mimbre. Cada semana salían trailer con destino Alemania”, recuerdan en la zona. Unos años de pujanza, hasta que despegó el gigante chino, que inundó el mercado ofreciendo piezas no tan buenas, no tan resistentes, pero a precios con los que el productor español no podía competir.
En ese momento, la mimbre inició su declive. Hoy, solo un puñado de artesanos siguen manteniendo su taller abierto, ofreciendo un trabajo de calidad no siempre valorado. Y en el lado de la producción, apenas unas cuantas explotaciones, principalmente de Salamanca, aunque también hubo tradición en Zamora, mantienen al día estas plantaciones. Una hectárea y media, dos, cuatro si se llevan a medias con un hermano… poco más. Una de ellas es la de Antonio Moisés Villardón. Lleva más de veinte años apostando por el mimbre, una producción que considera “a caballo entre mi profesión, la agricultura, y la forestación”. Porque por un lado, precisa de algunas tareas propias de la agricultura, como la demanda de agua, abonado (aunque menos de la tercera parte que demandan otros cultivos de regadío), algún tratamiento para sanear y evitar plagas… Por otro lado, este arbusto emparentado con los sauces crece a partir de injertos, a los tres años ya está en producción, y sigue ofreciendo mimbre durante al menos veinte años, sin demandar más labor que la corta de cada invierno.
Este agricultor salmantino considera que “la sociedad no está aprovechando las ventajas de esta planta arbustiva, que enriquece y depura el suelo y elimina nitratos y nitritos que si no acaban contaminando los acuíferos, y que además nos da una fibra vegetal que tiene muchas posibilidades de utilización, más en estos tiempos en los que cada vez se valoran más los materiales sostenibles”.
Y económicamente ¿producir mimbre compensa? Antonio apunta que, a base de trabajo, “se saca un jornalillo. La inversión no es grande, y solo es inicial, puesto que las mimbreras se sostienen con poco durante muchos años”. El precio medio del kilo de mimbre ronda los 2,20 euros, aunque depende de la longitud de las varas: no es lo mismo un kilo de 30 varas de casi tres metros, que un kilo de 300 varas de 1,20 metros, por poner un ejemplo, que exige mucho más trabajo de pelado.
Con el frío, principalmente en el mes de diciembre, llega el momento de máxima tarea para los mimbreros. Al ser un cultivo minoritaria, la maquinaria no está muy desarrollada; normalmente se emplea una desbrozadora, y mientras una persona corta, otra va recogiendo y disponiendo los haces. Después, se seleccionan las varas por altura, y después se cuecen, se pelan, se extienden y se ponen al sol durante unos días para que adquieran el color dorado característico, semejante al barnizado. También pueden empozarse los fardos hasta la primavera, para ser pelados en blanco. En primavera llegará el momento de, si es preciso, efectuar nuevas plantaciones, y proseguirá el ciclo vegetativo de este arbusto en cuyo futuro, pese a que hoy tiene una presencia casi testimonial en las estadísticas agrícolas, Antonio confía. De hecho, acaba de ser protagonista de un vídeo, grabado por técnicos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en el que se explica cómo se trabaja y cuántos beneficios aporta la modesta mimbrera.
Las manos expertas de los artesanos
Pocos productores de mimbre, y también pocos artesanos que sepan darle forma, quedan en nuestros pueblos. Hasta hace tan solo unas décadas, había tantas manos en Villoruela que no bastaba con la mimbre local: había que traer camiones de fuera, de Cuenca principalmente. Luego las varas, con la habilidad de las manos expertas, se transformaban en cestas de todo tipo –maletas, gateras, perreras…–, que por miles se distribuyeron en países como Alemania. “Entonces de ganó dinero –comenta uno de los artesanos que quedan– pero también es verdad que fue a base de que toda la familia echara horas y horas”. Más tarde irrumpió China, y todo cambió. Hoy sólo permanece un puñado de artesanos de la mimbre, gracias a encargos concretos de gente que valora su buen trabajo. Artesanos que son capaces de componer con varas cualquier forma posible, desde un tresillo a una lámpara, desde cubiertas de “sardo” a un jarrón chino.
Fotografía: Haces de mimbre recién cortada. Foto: Antonio Moisés Villardón