Procede de una generación de ganaderos con tradición. Hace seis años, dejó su trabajo en un matadero para volcarse de lleno en la explotación que, hasta el momento, había llevado su padre en la localidad salmantina de Anaya de Alba.
C.R./ Mª José L. Cerezo
Procede de una generación de ganaderos con tradición. Hace seis años, dejó su trabajo en un matadero para volcarse de lleno en la explotación que, hasta el momento, había llevado su padre en la localidad salmantina de Anaya de Alba. Actualmente, este joven soltero de 35 años se confiesa relativamente optimista después de superar alguna que otra adversidad sanitaria como consecuencia de la brucelosis. En el 2004 se vio obligado a realizar un vacío sanitario pero, apenas un año después, obtuvo nuevamente la tarjeta verde. Juan Carlos reconoce que el problema de la brucelosis y la tuberculosis es una lotería que le puede tocar a cualquiera pero, con tesón y optimismo (una de sus principales virtudes), “se puede salir adelante siempre que uno tenga verdadera vocación ganadera”, requisito imprescindible para hacer frente a la inestabilidad del campo y a la considerable burocracia a la que se ven sometidos.
Su pueblo es uno de los pocos de la provincia de Salamanca en los que el Ayuntamiento ha dificultado notablemente la legalización de explotaciones en el casco urbano y aunque él no ha tenido este problema, ya que se adaptó legalmente a todos los requisitos normativos cuando se instaló fuera del casco urbano, se solidariza con sus vecinos. En este sentido, apuesta porque la sensatez política finalmente se imponga en una localidad eminentemente ganadera como la suya.
En tan sólo seis años, este joven no sólo ha demostrado gozar de iniciativa propia y un gran espíritu emprendedor al apostar por cerrar el ciclo en su explotación con un cebadero propio y compaginar el cuidado de sus 40 vacas con el cultivo de 140 hectáreas de secano sino que además ha decidido, a pesar de las dificultadas del sector, continuar con la tradición familiar, la ganadería.