Dice José Antonio Rodríguez Vegas que, de volver a nacer, de nuevo sería agricultor. Le gusta su trabajo, y piensa que la agricultura es una profesión que permite respirar con más libertad.
Dice José Antonio Rodríguez Vegas que, de volver a nacer, de nuevo sería agricultor. Le gusta su trabajo, y piensa que la agricultura es una profesión que permite respirar con más libertad. Por eso le alegra ver a ese puñado de chicos jóvenes que se acaban de incorporar, “no porque no tengan otra salida, sino porque están de verdad convencidos de que les gusta. Y además son muy buenos profesionales”, explica.
Él tiene 52 años, y trabaja una explotación agrícola con su hermano. En ella se turnan los cereales, la patata y la remolacha. En su pueblo, Cabezas de Alambre, hay bastante regadío, pero al tratarse de las aguas subterráneas del acuífero de Los Arenales, las posibilidades de desarrollo están limitadas. “Al bajar el agua, hay que hacer sondeos muy profundos, de más de 180 metros, y eso supone unos costes muy altos”, señala. Trabaja, junto a gente de otros municipios, para lograr una recarga del acuífero que asegure el riego, y le da pena que su pueblo haya quedado fuera del proyecto de riego para Las Cogotas, a pesar de estar a menos de 3 kilómetros de las canalizaciones.
La remolacha es el cultivo estrella, el que deja más beneficios y, también, el que exige mayores costes, pero equilibra la rentabilidad de la explotación. Porque la patata, después de lo visto en la última campaña, no está para muchas alegrías. Y los cereales, a pesar de que este año prometían, no han aguantado el envite de los calores prematuros. “Ya lo decían los viejos del lugar: cuando se cosecha en junio, la cosa no puede ir bien”, recuerda José Antonio.
Además de agricultor, es alcalde por partida triple, puesto que comienza ahora su tercer mandato. Y como primer edil, lo que más siente es que cada vez quedan menos niños en el pueblo. “Cuando yo era pequeño en la escuela éramos cuarenta, y para el curso que viene sólo quedarán cuatro”, comenta.