Con la mitad de su vida dedicada a la agricultura, el campo se vuelve como una especie de familia. Francisco Velasco Llorente, de Campillo de Aranda, se dedica desde los 23 años a cuidar una explotación de 190 hectáreas llenas de cereales y viñas.
Con la mitad de su vida dedicada a la agricultura, el campo se vuelve como una especie de familia. Francisco Velasco Llorente, de Campillo de Aranda, se dedica desde los 23 años a cuidar una explotación de 190 hectáreas llenas de cereales y viñas. Su pueblo cuenta con 300 habitantes y está a una hora de Burgos. La despoblación que poco a poco va haciendo mella en los núcleos rurales no le preocupa “porque tenemos cerca Aranda de Duero y ofrece todo lo que aquí no tenemos”, aunque es consciente de que “este tipo de pueblos tiende a desaparecer”.
Lo que sí supone una preocupación para él es la situación creada por el Sigpac, Francisco comenta que “en varias parcelas que hacían 3,20 hectáreas se han quedado en 2.,90, que al final, sumando esos pocos supone una variación total de 4 hectáreas”.
Otro escenario preocupante es el de los viñedos; vende su uva a las bodegas de la Denominación de Origen de Ribera del Duero, pero “el último año casi no me compensa, el coste del cuidado de la uva es de 80 pesetas el kilo mientras que en 2004 vendí el kilo a 100 pesetas”. La gran producción de este género hace que las bodegas compren a la baja, en relación con el 2003. Francisco comenta que el precio por el que vendió su uva ha decaído en un 30 por ciento: ha pasado de las 140 pesetas a los 20 duros por kilo de uva.
Perteneciente a ASAJA-Burgos, ve en las asociaciones el único camino para progresar en la situación del campo. Francisco reclama frente a los problemas más afiliación, ya que considera que un sector unido y “que se ponga de acuerdo frente a los problemas comunes es fundamental”. Aunque también afirma que “aunque la gente quiere soluciones, luego no está dispuesta a meterse demasiado en estos temas, pero es necesario comprometerse más”.