Una brillante exposición muestra el pasado agroganadero de nuestros ancestros
C.R./ Teresa Sanz Nieto
Unos 800 kilos de cereal por hectárea, una cosecha de cebada de invierno y otra de ciclo corto, la búsqueda de pastos frescos en verano e, incluso, la instalación de huertos con drenajes. Esas eran algunas de las características de la agricultura que nuestros ancestros, los celtíberos, trabajaban varios siglos antes de Cristo en tierras de Soria. Salvo por el salto del arado a la multiplicada potencia de los tractores actuales, seguramente no se habrían sentido ajenos a muchos de los problemas del campo del siglo XXI.
Para profundizar en su historia y costumbres nada mejor que visitar el Museo Numantino de Soria, donde hasta el próximo 30 de diciembre se acoge la exposición “Celtíberos. Tras al estela de Numancia”, con la que se pretende difundir la cultura d este pueblo, convertido en un símbolo universal de la lucha por la libertad por agónica y heroica lucha contra la ocupación romana. En esta muestra se puede observar la evolución de los celtíberos, hijos de aquellas tribus “pastoriles y guerreras” típicas de los celtas, durante el periodo en el que aquí tuvieron su casa, entre el siglo VI al I antes de Cristo. La Celtiberia histórica se extendía desde el río Ebro hacia el sur, ocupando las cabeceras del Duero y del Tajo. Soria era un núcleo esencial de su tierra, y allí están yacimientos como Numancia, Termes y Uxama para demostrarlo.
Los celtíberos consideran a la ganadería su riqueza. La mitad del ganado era ovejas y cabras, un 20 por ciento las vacas y alrededor del 10 por ciento, cerdos. También tenían peso los caballos, ya que los romanos a la vista de la mayor velocidad y agilidad de los équidos hispanos tendieron a introducirlos en sus ejércitos, e incluso la cría de asnos y mulos. El ganado vacuno, además de servir como fuerza de tracción, aportaba leche, quesos y requesones, pieles y cueros, e incluso sus cuernos eran aprovechados para colodras, cucharas y otros útiles. Igualmente, las ovejas proporcionaban leche y sus derivados, abono para los campos, y la lana, entonces muy apreciada, pues con ella se fabricaba el “sagum”, una prenda de abrigo con capucha muy apreciada por los romanos, como se deduce del hecho de que entre los impuestos de guerra exigidos a las ciudades celtibéricas aparecieran siempre estas capas: en año 141 Numancia y Termes suministraron 9.000.
Como buenos ganaderos, los celtíberos alternaban los pastos de los valles, en invierno, con los de la sierra, en verano; también aprovechaban los montes de encina y sabina, los humedales y las zonas pantanosas, más frecuentes en el pasado, puesto que cauce del Duero estaba menos encajonado y era mucho más amplio.
La agricultura estaba más bien enfocada al autoconsumo. La pobreza del suelo, la altitud y la crudeza del clima determinaba una agricultura de extensivo, con producciones no muy importantes, como prueba que los celtíberos tuvieran que aprovisionarse también de cereal de los bacheos. No obstante, los 800 kilos por hectárea que se mencionan como probables estaban casi por encima de lo que se conseguía en la zona siglos después, en la época medieval. El año agrícola de los celtíberos era paralelo al actual. En otoño el arado con reja metálica, tirado por yunta de bueyes, preparaba los surcos para abrir la tierra a la sementera. Antes de la llegada de la primavera, los escardillos y azadillas limpiaban con esfuerzo las malas hierbas. Con el estío, llegaba la siega, seguida por el acarreo hasta la era o lugar elegido para la trilla, donde se removía la parva con las horcas, se cribaba y aventaba, eliminando la paja y otros residuos del cereal. La última tarea era el empajado destinado, como el rastrojo, a la alimentación de las ovejas. Como ahora, el verano era época de trabajo fuerte, pero también de celebración y fiesta.
Junto a cereales y leguminosas (se conocían las almortas, los yeros y las vezas), completaban su alimentación con los productos de las huertas, viñedos y frutales de valles y vegas. Les gustaba beber vino con miel, y si faltaba el vino, hacían una especie de cerveza, la caelia, su bebida preferida, que se hacía de trigo y tenía un sabor áspero y calentaba el cuerpo. Y si se acababa el cereal, sus molinos hacían harina de bellota, con la que preparaban tortas, panes o gachas. Los restos óseos hallados en la necrópolis de Numancia indican que comían muchos más vegetales que proteínas, procedentes estas últimas no sólo del ganado, sino también de la pesca y la caza (corzos, jabalíes, ciervos, conejos, etc.).
Con el paso del tiempo, sobre el siglo III antes de Cristo se van intensificando los intercambios y el comercio, y se consolidan nuevos grupos que controlan los excedentes. Surgen las ciudades, diferenciadas de las aldeas o castros, y se marcarán las diferencias entre el campo y la ciudad, y la paralela jerarquización social: por un lado, gentes que manejan los excedentes y compran las tierras; por otro, los que no tienen más que su trabajo para sobrevivir. Tampoco en eso las cosas han cambiado tanto.
* La información sobre la que se basa este artículo ha sido facilitada por Alfredo Jimeno, comisario de la Exposición Celtíberos, al que agradecemos su colaboración.