Las fiestas de los pueblos han experimentado un cambio enorme en pocos años
CAMPO REGIONAL / Teresa Sanz Nieto
La historia de Jesús Manuel Antonio Obejón, “Chapis” para casi todo el mundo, es la historia de la fiesta, de la música. De cómo en el día del patrón la dulzaina y el tamboril se han visto sustituidos por la orquesta de 40.000 vatios de luces, y la bota de vino ha dado el relevo al cubata. Él ha sido protagonista, y también espectador atento, de todos estos cambios al frente de Aarpalencia, una empresa de organización de espectáculos que nació hace 36 años. Antes esta profesión no existía: “los músicos iban con la trompeta y el saxofón debajo del brazo, lo mismo que los pellejeros, y no pisaban en casa. Los contrataban de boca en boca, de año en año”, recuerda.
A “Chapis” la música le cazó muy pronto. Ya en su colegio, La Salle palentina, dedicaba los recreos a poner a punto la batería y el bajo, “uno igualito que el de Paul Mcartney”. Como decían en la época, se hizo “ye-yé” y junto a otros amigos formó uno de esos conjuntos que los más jóvenes de los pueblos comenzaban a reclamar al alcalde de turno para que amenizara las fiestas. Hicieron un cartel al estilo de aquellos tiempos, en el que cada uno de los músicos llevaba un alias, como en el viejo Oeste. Y a él le tocó el “Chapas”, sobrenombre que todavía le acompaña. Se acuerda de uno de esos primeros conciertos, tocando bajo una bombilla de cien vatios y sin altavoz, con el apoyo único de una bocina de las que usaban los tomboleros.
Hoy, desde su empresa se organizan festejos para más de un centenar de pueblos de su de Palencia, y también para muchos otros de provincias vecinas. Pergeñar un programa de fiestas se ha convertido en una empresa dificultosa. Antes, la misma orquestina tocaba los tres días seguidos, había una procesión y una limonada, y listo. Hoy, la comisión de festejos de un pueblo se siente desbordada para tener a punto todo lo que se requiere, y con frecuencia deriva este trabajo a empresas especializadas, como la de “Chapis”. Se encargan de todo: desde la megafonía, los escenarios, las sillas o la carpa, hasta los ramos que se entregan a las damas y los pañuelos para las peñas, pasando por los castillos hinchables, el toro mecánico o el material para hacer la “fiesta de la espuma” o el “futbolín humano”. Un lío considerable. Lo único a lo que “Chapis” se niega es a lo de proporcionar videoconsolas para los chavalines del pueblo: “para estar delante de una pantalla tienen el resto de días del año”, razona.
Por supuesto, las orquestas siguen siendo un plato fundamental. Él trabaja con varias, su provincia es prolija en este tipo de formaciones, e incluso hay un grupo numeroso de buenos músicos que pueden permitirse vivir profesionalmente de este trabajo, sumando los “bolos” del verano con otros pequeños trabajos durante el resto del año, como tocar en bodas. El caché de las orquestas es variable, depende lógicamente del número de músicos y del equipo que lleven, pero también de la época en la que se les contrate, “porque esto es como los hoteles de playa, que suben en verano. El mismo grupo que en mayo cuesta 1.500 euros, en el puente de la Virgen vale 5.000”, explica. Una buena orquesta precisa de buenos músicos, pero también de cantantes con gancho, que sepan conectar y enamorar al personal. “Chapis” apunta un proverbio que se puede aplicar bien a este sector, como a tantos otros: “el que no sabe reír no puede montar una tienda”.
A pesar de que ahora es raro que una orquesta repita dos días seguidos en el mismo pueblo, el repertorio básico de todas suele ser el mismo. Es más, si no aparecen los temas claves, la gente los echa de menos. El orden suele ser el siguiente: pasodobles, valses y rumbas abren boca para los temas más actuales, para acabar con pinceladas de rock. Así se contenta a todas las edades: primero a los mayores y, cuando se van a la cama, a los más jóvenes. Así, verbena a verbena, escucharás “Paquito el chocolatero”, “La raja de tu falda” de Estopa, y “Antes muerta que sencilla”, casi con toda probabilidad.
Lo que más le preocupa a “Chapis” es “ese puñal que nosotros mismos nos estamos clavando, las discotecas móviles”. Con ese nombre se denomina a la música enlatada o pregrabada, que sólo precisa de un cantante y, tal vez, de un teclista para ser interpretada. Los costes son menores, claro, y a los más jóvenes el sistema les gusta porque no valoran el trabajo de los músicos profesionales, que pasan todo el año en el local de ensayos. Cada vez es más frecuente que, de madrugada, en algún descampado o era del pueblo se organice una “discomóvil” para los más jóvenes, que buscan una nueva forma de relacionarse, apartados del resto. “Es otra fiesta, otro mundo, nada que ver con la imagen de la fiesta de hace 50 años, con la cucaña, la procesión y la orquesta tocando en un remolque. Al final, la fiesta del patrón se convierte en algo nada religioso, casi parece el nombre comercial”, se lamenta, un poco nostálgico. Eso de “a ver si viene la fiesta para sacar a la paisana a bailar a la plaza”, se está acabando.