En invierno el profesional del campo aprovecha para poner a punto aperos e instalaciones
C.R./ Teresa Sanz Nieto
Según se entra en la nave, en la esquina de la derecha o de la izquierda, el agricultor tiene su pequeño taller. Amontonadas, en un orden imposible que solo el que las usa conoce, se disponen alicates, llaves inglesas, tenazas, martillos, destornilladores, taladros, brocas, tornos, cables, neumáticos usados, lubricantes, botes de pintura a medias, brochas, radiales, tornos, gato, compresor, soldadura, guantes de trabajo desparejados… En el suelo, unas botas de goma, cubos y algún escobón. Durante los meses de trabajo intenso en el campo, el taller se visita poco, o lo menos posible: el agricultor es necesario en las fincas. Pero en los meses de frío, especialmente en enero, es el momento de poner a punto tractores, maquinaria y, si es el caso, las mismas instalaciones.
Todo profesional del campo se convierte en un “todo terreno”, por economía y también por necesidad, porque no es fácil tener a mano un mecánico en cada momento que es preciso, a veces un domingo en una finca alejada de cualquier taller. De hecho, en cualquier curso de incorporación o en los mismos grados de formación profesional agraria, se incluyen materias específicas relacionadas con la maquinaria, las instalaciones y el taller. Sara Plasencia, que imparte Mecánica y Soldadura en la Escuela de Viñalta (Palencia), subraya que “son materias a las que los alumnos dan muchísima importancia, y además les gusta. En general, prefieren pasar horas en el taller o con el ordenador antes que sentados en clase: son muy buen dispuestos para trabajar, pero estudiar no les va tanto”, comenta. Durante el curso, cada alumno hace una práctica de mantenimiento de un tractor concreto (cambio de aceite, filtros, etc.), siguiendo el manual de instrucciones. Reparación y limpieza de equipos de maquinaria auxiliar; soldadura de bastidores, o realización de estructuras simples, como un cubículo para un ternero, son otras prácticas incluidas. La mayoría de ellos son chicos de entre 18 y 23 años, que heredarán la agricultura familiar o que quieren trabajar en explotaciones. Pertenecen a una generación que ha nacido ya con tecnología, GPS e Internet, “así que tienen clarísimo lo que pueden arreglar y lo que mejor no tocar: no se pondrían a reparar un tractor de última generación como tampoco se les ocurre abrir un móvil para arreglarlo, saben hasta dónde pueden llegar”, comenta Sara.
Lo cierto es que la posibilidad de hacer reparaciones se acaba donde empieza la tecnología, cada vez más sofisticada, de los tractores actuales. Como indica Juan Antonio Boto, profesor de la Universidad de León, que ha impartido varios cursos sobre uso eficiente del tractor agrícola, “los tractores de hoy tienen un nivel tan alto de automatización que cuando surge un problema normalmente ni siquiera el concesionario es capaz de resolverlo, es necesario remitirlo a la central de la marca”.
Es pues, en los aperos donde el agricultor “manitas” tiene oportunidad de hacer un buen trabajo y, además, ahorrarse un dinero importante. El que más y el que menos aprende a resolver lo esencial, viendo como lo hace el mecánico, el herrero o el padre de uno; otros, afinan más y se atreven a tareas más complejas. “Aunque lo nuestro es hacer producir a las fincas, como no ganamos tanto tienes que encargarte de más cosas que el mantenimiento habitual de nuestras máquinas. Y si además se te da bien y te gusta…”, comenta uno. Aunque, como otro compañero advierte, “ahorras si lo haces bien, porque creemos que sabemos hacer todo, y muchas veces se sabe y otras no”. Como en todo, el éxito radica en la práctica, la pericia y también en la prudencia, porque como insiste la profesora de mecánica, Sara, “en una toma de fuerza o en cómo coges la misma radial hay un peligro importante”.
*** Fotografías de los rincones que dedican a taller varios agricultores de Castilla y León.