Arturo vive en su pueblo natal, Itero el Castillo, la última población burgalesa del Camino de Santiago, en el límite con Palencia. Junto a su hermano pequeño, lleva una granja de vacuno de leche.
Arturo vive en su pueblo natal, Itero el Castillo, la última población burgalesa del Camino de Santiago, en el límite con Palencia. Es un pueblo pequeño, calcula que de continuo vivirán poco más de sesenta vecinos, que se trasladan al cercano Melgar de Fernamental cuando necesitan comprar algo o hacer alguna gestión.
Junto a su hermano pequeño, lleva una granja de vacuno de leche, como ya hicieran sus padres, pero hoy en lugar de diez vacas tienen 120 hermosas frisonas. La mecanización actual permite que lo que antes difícilmente podrían haber hecho cinco hombres lo haga hoy uno solo, pero aún así el trabajo no falta. El plan diario está claro: de 7 de la mañana a 12, ordeñar, preparar la alimentación y demás; por la tarde, limpiar basuras y lo que se tercie. Queda un rato para acercarse al teleclub del pueblo y charlar con la gente de un pueblo en el que hay agricultura de secano para también de regadío, gracias a que al vecino Pisuerga, y también ovino.
Arturo y su hermano hicieron un plan de mejora hace poco para poner al día todas las instalaciones, así que los créditos no les faltan. De momento, no han tenido los problemas que han padecido otros ganaderos, y la recogida nunca se les ha interrumpido, “pero tienes la sensación de que, aunque te bajen los precios, es mejor no quejarte, porque la industria tiene la sartén por el mango”, comenta. El miedo a tener que tirar un producto tan perecedero como es la leche está siempre ahí. Además, para que salgan las cuentas “tanto o más importante que el precio que te pagan por la leche es el precio del pienso”, apunta este ganadero.
Como son dos, libran un domingo sí y otro no, y llevan más repartida la responsabilidad del trabajo y del papeleo continuo. Y, una cosa muy importante, a Arturo le gusta su trabajo: “Si no, habría dimitido ya”, dice.