El coronavirus cambia las costumbres y la convivencia en los pueblos, en el verano más extraño que se recuerda.
Triste y extraño, así ha sido el verano de 2020. Ni los más mayores recordaban un tiempo igual a éste, en el que se ha tenido que renunciar a momentos tan importantes para los pueblos como la celebración de las fiestas patronales. Hasta la localidad más pequeña y despoblada, durante unos pocos días del estío recobraba vitalidad, contaba con su gran o pequeña verbena, su procesión y vermú. Este año no ha podido ser.
Como se esperaba dado el momento de parón económico e incertidumbre sanitaria, sí ha habido gente en los pueblos, aquellos que marcharon a trabajar fuera y retornan con sus familias en verano. Pero, sin la posibilidad de organizar actos comunes, la mayor parte se ha vivido de puertas para adentro. “Ni fiestas, ni semana cultural… este año no ha habido nada, la gente de las peñas se ha juntado un poco para comer o cenar, pero pronto cada uno a su casa. Daba pena recordar los años anteriores, al ver ahora la plaza completamente vacía”, comenta uno de nuestros agricultores.
“No ha habido fiestas oficiales, pero otra cosa han sido los caminos y paseos llenos de gente veterana, te los encuentras detrás de cualquier matorral. También bares, terrazas y bodegas han estado animadas. Y luego las juventudes… algún sitio parece que estaba exento de leyes y de virus”, apunta otro compañero.
A medida que avanzaba el verano y los brotes en diferentes puntos, también el temor a los contagios se ha dejado notar en la convivencia. Unos, miraban con desconfianza a los grupos de niños y adolescentes “que con el pavazo encima no respetan nada”. Otros, se niegan a que se trate de culpabilizar de todo a los jóvenes, y matizan que “gente que incumple las normas hay de todos los tipos: mayores, de fuera… algunos se piensan que en los pueblos vale todo”. La Guardia Civil ha estado ocupada, advirtiendo a los más confiados que las normas están para cumplirlas.
Al final, nadie es perfecto, como reconoce otro de nuestros agricultores. “Yo sinceramente pienso que todos tenemos culpa de algo. Nos juntamos con familia y amigos, unos están con unos y otros con otros. Las medidas se guardan hasta cuando se dejan de guardar. Es difícil, pero tenemos que aprender a convivir con esto”.
Termina así el verano más raro que hemos conocido, y ahora queda la segunda parte. Tratar de retomar cierta “normalidad”, y que los contagios se frenen, “lo primero por la salud de todos, y también para que podamos vender nuestros productos a un precio digno”.