El sector porcino es uno de los que menos ruido mete en su devenir diario; es decir, no está en la agenda de temas de actualidad de los políticos, ni es habitual su presencia en los medios de comunicación. Esto se debe, en parte, porque está al margen de las ayudas públicas y se conforma con trabajar calladamente sin que nadie se acuerde de él. Que huele mal ya lo sabemos, pero nadie ha dicho que este mundo sea un camino de rosas, y en el caso del porcino, ése, y algún otro inconveniente, es el precio que hay que pagar. Por no meter ruido, pocos ciudadanos saben que estamos entre los cuatro países más importantes del mundo por volumen de negocio en el sector porcino, y que posiblemente seamos el país más competitivo, por eso es difícil importar carne de cerdo en España y por el contrario nos estamos haciendo con los mejores mercados, dentro y fuera de Europa, siendo la única excepción los que nos cierran por razones políticas, como es el caso de Rusia. Pues bien, nuestro modelo de negocio, el que funciona en la actualidad, tiene una buena parte de sus orígenes y sus raíces societarias en Cataluña, donde todavía se encuentra la mayor concentración de granjas y censos. Este modelo está basado en una gestión única de toda la cadena productiva mediante grandes empresas integradoras que controlan la alimentación, la genética, el manejo y la sanidad, ofertando al mercado con regularidad y precisión lo que el consumidor en cada momento demanda.
Una ruptura de Cataluña con España, disgregándose en una nueva nación, convertiría a los dos nuevos países en irrelevantes en los mercados internacionales del porcino. Dos países que se regirían por normas de comercio distintas, uno por las propias de la Unión Europea, y el otro por las que la Unión aplica a países terceros y las que pacte de forma unilateral con naciones de fuera del espacio europeo. El tránsito de animales entre esa nueva Cataluña y España chocaría con las barreras sanitarias, que ahora no existe, y chocaría con unas leyes de comercio, donde tendrían que hablar de contingentes de importaciones y exportaciones, aranceles y restituciones a la exportación, retrotrayendo ese país catalán a la situación que se vivía en España antes de 1986. Como este sector no recibe ayudas, salirse de la Unión Europea a estos efectos no será tan traumático, pero hay que recordar que sí existe una medida de la PAC, como es el apoyo al almacenamiento privado en caso de excedentes.
No pretendo analizar qué parte de la España troceada va a salir peor parada de esta deriva secesionista, porque sencillamente pienso que si la secesión se produce, el sector porcino catalán y español va a perder un liderazgo mundial que posiblemente no vuelva a alcanzar nunca. Esa hipotética situación repercutirá en grandes empresas que hoy funcionan bien y están en fases de expansión, y que mañana tendrían que revisar sus planes y como poco congelar sus proyectos hasta ver qué ocurre, pero repercutiría sobre todo en las decenas de miles de granjas familiares de España y Cataluña, que trabajan o que trabajamos para esas grandes empresas, que sufriríamos las consecuencias en forma de pérdidas económicas. En conclusión, el problema más próximo de los productores de porcino no es Europa, no es la crisis rusa, ni la desaceleración de China: el problema es la política catalana, es la ruptura con España.
Valladolid, a 21 de septiembre de 2015.
José Antonio Turrado.
Secretario de ASAJA de Castilla y León.