Octubre 2019 | NO ENTIENDO porque todo el mundo se empeña en morder la mano que le da de comer; y lo digo en el sentido literal de la palabra. Por todos los frentes nos encontramos con críticas, desprecios y boicot a los sectores agrarios, como no los sufre ningún otro sector económico.
No hace mucho hacía referencia, en estas líneas, al acuerdo de la Unión Europea con Mercosur; que de seguir adelante, sufriríamos unas consecuencias muy graves en la comercialización de algunos productos y, esta vez, era en beneficio de la industria automovilística, principalmente.
Tan solo unas semanas después, se hace público un informe de la ONU en el que, entre otras muchas cosas y después de sacarlo de contexto, recomiendan reducir el consumo de carnes rojas para frenar el calentamiento global. Digo que está sacado de contexto porque en ese mismo dossier se alude a que el sector agrario es el causante del 26 % de gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera. Sin embargo, tan solo un 5 % sería imputable al sector del bovino. Y en la cifra mayor entra todo el proceso de producción; es decir, los trabajos para labrar la tierra, para producir alimentos para las reses, la necesidad de agua para esos cultivos y esos animales, el transporte de éstos etc.
“No somos más que marionetas que bailan al son que unos pocos tocan. Lo sabemos, pero seguimos bailando”
Me llama la atención como todos los medios de comunicación se han hecho eco de la noticia. Y me asombra mucho más que se haya hablado poco o nada de lo que suponen otros sectores. De hecho y según este mismo informe, la industria y el transporte emiten el 74 % de gases contaminantes.
También es llamativo que cuando aparecen estas noticias hay otras que se dejan atrás y pierden la importancia que tenían. Ejemplo de ello es la devastación de miles de hectáreas de terrenos quemados por incendios. Y ésta es una consecuencia de tierras abandonadas, ya que la actividad agraria en ellas no era rentable. Otra de las noticias que pierden interés son las de las imágenes impactantes de islas enteras de plástico; o los micro-plásticos que al parecer se encuentran en cualquier producto del planeta, incluso en el agua que bebemos. O los cielos cubiertos de restos se queroseno. Los vertidos incontrolados y un largo etcétera.
Igual de curioso es que aparezcan ecologistas iluminados que sacan videos de un supuesto maltrato animal e imploran un veganismo como medida de salvación del planeta; o la irrupción en el mercado europeo de las hamburguesas veganas, carnes fabricadas a partir del crecimiento de células en un laboratorio…
Cuando se recopilan todas estas historias y se ponen en el mismo contexto, uno se da cuenta que no somos más que marionetas que bailamos al son que unos pocos tocan. Y lo sabemos pero seguimos bailando. Y lo seguimos viendo. Lo último, las guerras actuales, que no son con armas que matan gente —al menos, no con tiros — pero sí que a algunos nos pueden liquidar de hambre. Ahora, son guerras comerciales, con imposiciones arancelarias y limitaciones en la entrada en determinados comercios y los paganos acaban siendo los mismos.
Esta ultima guerra es la promovida por Estados Unidos, que se le antoja por las discrepancias de las ayudas de Europa a la aeronáutica Airbus; por competencia desleal —como si ellos a Boig no les estuviesen ‘untando’—. El caso es que se pegan por los aviones y es a los productos agrarios, los aceites leche quesos… a los que nos ponen los aranceles.
Cuando uno se dedica a una profesión que lo único que hace es producir alimentos para un planeta que cada vez tiene más escasez (según la FAO, en la actualidad, hay más de 800 millones de hambrientos, y con una población que crece descontroladamente), vemos como la sociedad le sigue el juego a estos lobbies, que solo piensan en enriquecerse. Así es como me doy cuenta de que somos incapaces de ver más allá de lo que unos pocos quieren que veamos.