Julio 2021 |SI A PRINCIPIOS del año pasado, estábamos en las calles con nuestros tractores, era —entre otras cosas— porque se preveía una reforma de la PAC con más trabas y recortes. Pues ya se ha hecho realidad. Ya era hora, que esta reforma en la que se lleva trabajando desde 2017, saliera a la luz. Aunque lo que se dice ‘trabajar’ no parece que hayan trabajado mucho. y es que mejor que no toquen nada más, porque todo lo que tocan, en esta materia, es para beneficiar a todo productor ajeno a Europa.
No tendré en cuenta, en estas líneas, lo incoherente de tener que adaptar nuestras producciones a normas para un periodo de cuatro o cinco años y estar con la incertidumbre de qué nos deparará la siguiente reforma. Es cierto que el presupuesto es similar al del anterior periodo 2014/2020; pero, en términos contables, que haya el mismo dinero para diez años después es un evidente recorte de presupuesto. No obstante, lo peor no es eso. Lo que más me indigna es cómo nuestros políticos europeos ‘se hacen trampas al solitario’, a la hora de articular normas de producción agraria, sólo con el objetivo de parecer más ecológicos, sostenibles y respetuosos con el planeta. Esta reforma no hace otra cosa que poner palos en las ruedas de los agricultores y ganaderos europeos; y, sobre todo, en los más profesionales: los de Castilla y León. En esta región, tenemos la agricultura de modo profesional, no como complemento de otra actividad, o de ratos libres; vivimos exclusivamente de nuestro trabajo y producción.
La reforma que, en estos días, se ha aprobado está basada en unas limitaciones productivas —ecoesquemas—, y unos cumplimientos medioambientales —condicionalidad reforzada—. Ambas cuestiones: una soberana pantomima, que, como decían en mi pueblo, solo sirven para vestir al santo de cara a los discípulos de la ‘secta’ del Ministerio de Transición Ecológica. Encarecen nuestros costes de producción, limitan los aportes minerales y el uso de la tierra o la mejora en regadíos, reducen cargas ganaderas… En definitiva, nos obligan a unas prácticas agrarias que nos costaran más de lo que nos pagarán por ello. Y, en realidad, no contribuirán en nada a la protección del planeta porque, entre otras cosas, en Europa ya se produce de una manera sostenible; algo que no pueden decir en China, Rusia, Estados Unidos, Brasil… En estos últimos países, no se les pasa por la cabeza cargarse su producción, su economía o el medio de vida de sus ciudadanos.