Diciembre 2020 |RECUERO ESOS MESES que no hubo Gobierno en este país; cuando, tras la moción de censura, negociaron las fuerzas políticas y no se pudo componer una mayoría. Tuvimos que volver a votar, volvieron a negociar y, mientras pasaba el tiempo, comentábamos en las calles que no se les echaba de menos; las cosas funcionaban, sin un ejecutivo al frente.
Aunque es cierto que en aquel período seguían cobrando sus actas de diputados, aún en funciones, no nos molestaba tanto como en el momento que se asentaron en los cargos y se pusieron a legislar desde una aplastante ignorancia, entre otras cosas; porque los que nos gobiernan no saben lo que es trabajar, no han dirigido un negocio, ni se han tenido que preocupar nunca de las fechas en las que nos cobran los seguros sociales, o tener el saldo suficiente para pagar las nóminas de tus trabajadores y, ni mucho menos, se han tenido que poner el mono y las botas para subirse a un tractor a labrar unas tierras; depositar en ellas un dineral en semillas o abonos y esperar que el tiempo y el mercado sean benévolos. La esperanza de que el tiempo sea bueno es algo que siempre tenemos, al igual que tenemos la certeza que el Gobierno no lo es.
Es mejor que no nos muestren sus capacidades para legislar, que no nos enseñen sus iniciativas para mejorar la vida de las personas porque, lo que veo, es que la única que mejora, es la suya.
El ministro de Consumo, don Alberto Garzón, en este último mes, se ha dado cuenta que estaría bien hacer algo para ganarse el sueldo que lleva cobrando un año. Se podría entender que se preocupase por las cuestiones que siempre discrepaba; eso sí, antes de ser Gobierno. Cuestiones como el control de las apuestas, por aquello de la ludopatía; que intentase reducir la nicotina en los cigarrillos, por aquello de la drogadicción; o controlar el consumo de alcohol, por el riesgo de alcoholismo. Pero no. Lo que le ocupa a este buen hombre es salvar a todos los niños de una sustancia que sus madres le añaden a la leche de las mañanas. Una sustancia que se disuelve y pasa desapercibida mientras la criatura crece, para cuando llegue a una edad aproximada de 90 años, surta efecto y la criatura muera.
El ministro desconoce que el impuesto a las bebidas azucaradas perjudicará a 6.000 familias
Dejo claro, para que se aprecie la ironía en las líneas anteriores, que me refiero a la iniciativa del Ministerio de Consumo, en el proyecto de presupuestos del Estado, de subir el IVA de las bebidas azucaradas del 10 al 21 %. Él lo argumenta por lo nociva que es el azúcar. Es cierto que el elevado consumo es perjudicial, pero no sólo el del azúcar, sino también el de sal, el de pan y el de carne. El de cualquier producto puede ser malo si no se toma con moderación.
Tan mala es la intención que tiene, como la campaña que han impulsado, con el eslogan: ‘El azúcar mata’. Y, además, representa el envoltorio del azúcar con forma de cigarrillo.
Este hombre no sabrá que el aumento del IVA perjudicara seriamente al sector productor de remolacha; toda ella en Castilla y León. Desconocerá que pone en riesgo el trabajo de 6.000 familias. Tampoco sabe que llevamos muchos años mejorando las producciones en Castilla y León, y que somos los más productivos de Europa, con rendimientos que pueden llegar a 120.000 kilogramos por hectárea.
Desconocerá que somos deficitarios en este producto y que tenemos que importar dos terceras partes y que, desde el 2017 que se libraron los cupos en Europa, se tendría una posibilidad de generar un incremento de la producción nacional y, con ello, la creación de trabajo donde más se necesita: en la ‘España vaciada’.
También desconoce que el impuesto a estas bebidas afectarán a un sector que, en este momento, agoniza: la hostelería; y que lo que necesita son ayudas para salir adelante, no mas impuestos. Pero, claro, hay que recaudar para mantener chiringuitos, no se vayan a pensar que sobra algún ministerio.