CELEDONIO SANZ GIL | Analista agrario
El sector agrario es y ha sido siempre imprescindible para la sociedad humana desde el comienzo de su existencia. Sin el trabajo de agricultores y ganaderos, no hay comida: “No farmer, no food”. Pero algo se está moviendo, algo está cambiando, y no parece que el futuro juegue a favor de los hombres del campo.
La noticia ha ocupado grandes titulares en los medios de comunicación de todo el mundo: el Departamento de Agricultura de Estados Unidos ha aprobado que dos empresas de California, Upside Foods y Good Meat, dedicadas al cultivo de carne en laboratorio, sean sometidas a las inspecciones federales que permiten la comercialización de sus productos. En principio, han dado luz verde al comienzo del proceso para la venta de este tipo de carne de pollo. Hace meses ya la FDA, el órgano administrativo para el control de fármacos y alimentos en EE.UU., declaró que los productos de estas dos compañías eran seguros para el consumo.
Todavía queda bastante camino para que se produzca la aprobación definitiva que permita su venta en los supermercados, pero siguen dando pasos firmes para conseguirlo. Ahora se logra producir algo así como carne picada, no lo que sería un filete en toda su extensión. Otros países, como Israel o Singapur, van incluso por delante en este proceso y han dado vía libre a comercializarla. En la UE, por supuesto, no podrán quedarse atrás, aunque algunos países, como Italia, son totalmente contrarios y han prohibido cualquier uso de carne artificial.
Fábrica en España
Ya en España otra empresa, BioTech, participada por una gran multinacional del sector alimentario con base en Brasil, JBS, ha anunciado que va a instalar una planta para la producción de este tipo de carne en España, en la zona de San Sebastián.
En estos procesos se están invirtiendo miles de millones de euros y cuentan con el apoyo de grandes personalidades de la sociedad y la economía mundial, desde Bill Gates a cocineros como Dominique Creen, con tres estrellas Michelin, o el español José Andrés, que ya han anunciado que servirán este tipo de carne en sus restaurantes, por supuesto a precios casi astronómicos y para una pequeña minoría. Aunque aún existen muchas incógnitas en torno a sus procesos productivos, está claro que se ha creado un enorme caldo de cultivo favorable en la opinión pública. Justo al contrario de lo que sucede con el sector agrario, al que se culpabiliza de casi todos los males, contra el medio ambiente y el bienestar animal.
El proceso de producción de esta carne de laboratorio artificial, que también se denomina “in vitro” o “clean meat”, comienza con una toma de tejido de un animal, mediante una biopsia, por lo que no hay que sacrificarle. De este tejido extraen las células musculares productoras de proteína, que se “cultivan” en biorreactores, donde se reproducen las condiciones de temperatura y atmósfera del cuerpo del animal, y se le añaden los nutrientes químicos necesarios para que crezcan y formen nuevos tejidos musculares.
Por el momento, este proceso productivo es muy caro. Además, un reciente estudio de una universidad inglesa indicaba que la energía necesaria para mantener los biorreactores y la producción de los aminoácidos precisos para que las células se transformen en carne comestible produce residuos contaminantes para el medio ambiente que multiplican por 25 los que genera su producción animal tradicional. Algo de lo que las compañías implicadas nunca hablan.
Conflicto ético y moral
Las empresas interesadas defienden que los avances en el proceso productivo de esta carne cultivada en laboratorio son constantes, lo que rebajará sus costes, y se superarán a corto plazo muchas de las barreras actuales. Hablan y no paran del ahorro que supondrá liberar las tierras de cultivo necesarias para la producción de alimentación animal y dan cifras de reducción de emisiones contaminantes que son tan difíciles de rebatir y comprobar.
Pero, sobre todo, insisten en que respetan al máximo el bienestar de los animales porque no es necesario que sean sacrificados y acaba con el conflicto moral que esto supone. Aunque no deja de ser también conflictivo que una sociedad que aboga por recuperar todas las esencias de la naturaleza apueste por lo artificial, por el trabajo de laboratorio, que tantos problemas genera desde el punto de vista ético.
El debate sobre los límites de los avances científicos alcanza a todas las instancias de la sociedad: filosóficas, religiosas o políticas. No obstante, en este tema parece que nadie se atreve a poner pegas. Aunque sea un proceso al que solo pueden acceder grandes compañías multinacionales con gran capital, con el peligro que supondría dejar en sus manos la alimentación humana.
De momento, el trabajo de los agricultores y ganaderos es y seguirá siendo imprescindible, y es y seguirá siendo necesario cuidarlo y protegerlo. Sin embargo, son muchos ya los movimientos que están surgiendo en su contra, y este avance de la producción de carne artificial viene a ser uno más. Una palada más en el hoyo que parecen estar cavando a sus pies.
Ahora, con el consumo de carne a la baja y demonizado en muchos sectores sociales, conviene preocuparse más por esos movimientos que promueven cosas como las hamburguesas veganas hechas con soja y otros productos que vienen de lejanos países, donde no se garantizan las condiciones de cultivo, ni para la tierra ni para los trabajadores, y ha sido necesario generar múltiples contaminantes en transporte para traerlos hasta aquí.
“No farmer, no food”, ¡pues claro que no!