Antecedentes

El tema de los grandes carnívoros y de los daños que provocan a los medios de subsistencia de los agricultores ha dado pie a debates políticos desde la primera vez que un depredador apareciera ante un ganadero. Sin embargo, pese a los esfuerzos de los ganaderos y las medidas adoptadas por  la  administración  pública  en  los  países  de  la  Unión  Europea  afectados,  el  estatus  de protección estricta del que gozan los carnívoros vuelve ineficaces e insuficientes las medidas que se han tomado con el fin de garantizar una coexistencia en armonía entre los humanos y los depredadores salvajes.

La semana que viene la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo incluirá este tema, una vez más, en su orden del día para profundizar en la cuestión. Con ello, yo espero que ocurra un cambio de  verdad y  que  se  pongan de  manifiesto los  devastadores daños  causados por  los grandes carnívoros en perjuicio del bienestar de las personas y los animales domésticos, así como la amenaza constante que esos grandes carnívoros representan para nuestra población rural.

Tal y como se observa, el crecimiento desenfrenado de las poblaciones de especies de grandes carnívoros en Europa trae consigo la recolonización de las zonas rurales, e incluso urbanas, por parte de tales especies. Prueba de ello es la presencia de lobos, osos e incluso linces en lugares donde no se les veía desde hace décadas, o nunca antes siquiera. Los perros, las ovejas, los terneros, los ponis y los humanos son víctimas de ataques incontrolados que provocan desde rasguños hasta la muerte en muchos casos. En Francia tan solo en el año 2020 la población de lobos en el territorio nacional acabó con la vida de 9.872 animales, principalmente ovejas. En Rumanía, entre 2018 y 2021, los osos han matado a casi una treintena de personas.

Las estadísticas que aquí se presentan no incluyen a todos los países europeos afectados ni a todas a las especies de grandes carnívoros que provocan daños, pero nos ayudan a visualizar la magnitud de este problema en Europa. Estos datos son algunas de las cifras relevantes transmitidas por las administraciones nacionales y que nos pueden ayudar a comprender el alcance y la evolución de esta cuestión.

Los costes

El coste para  los contribuyentes europeos  asciende  a 28 millones y medio  de euros al año en concepto de compensaciones por los daños provocados a los animales, a los bienes materiales y a la infraestructura local. El coste medio  anual  por  depredador entre  2005 y 2013 fue de 2.400 euros en el caso del lobo y de 1.8oo en el caso del oso. Si sumamos a ello el coste de las medidas de mitigación impuestas a los agricultores, silvicultores  y habitantes de la zonas rurales  en el contexto de su vida diaria, el programa  LIFE costó 88  millones de euros desde su creación, más los 36 millones adicionales que se han prometido destinar  a otras medidas.

No obstante, el verdadero coste de este problema no es de índole económica, sino psicológica, por los efectos que puede causar a las personas y los animales domésticos.

Desde los casos de heridas  hasta  los abortos,  pasando  por  la disminución de la fertilidad  y la pérdida  íntegra  de los rebaños, los ganaderos padecen  diversos  daños  psicológicos. Los perros pastores  para  proteger  al rebaño, financiados  parcialmente con fondos de la Unión Europea,  a menudo acaban heridos o muertos a causa de la intensidad física del ataque de un depredador.

Ante un episodio semejante,  un ganadero  tiene que soportar la pérdida  de su rebaño, la pérdida de sus ingresos, el incremento de los costes de la mano de obra y del material, además de tener que financiar  con fondos propios  el 20% de las medidas de protección  adoptadas. A esto se le añade la presión psicológica de estar constantemente en vilo por el próximo ataque que ocurrirá, sin saber si el rebaño sobrevivirá al cabo de la noche. Algunos ganaderos se han acostumbrado a pasar la noche en un saco de dormir junto a sus rebaños, alejados de sus familias y sus casas, con la intención de proteger  así su medio de subsistencia. Por su parte, los habitantes de las zonas rurales  viven con el sentimiento de que el pueblo que conocen desde siempre  o en el que han decidido residir ya no es un lugar seguro. Y los senderistas o turistas  se sienten  todavía más en peligro al pasear por un paraje natural en el que hace cinco años quizás no había ni depredadores y donde ahora son numerosos y peligrosos.

La ineficacia de las medidas de protección

Permítanme enumerar algunas de las medidas que la Comisión Europea presenta como la solución que hará posible la «coexistencia en armonía» entre los depredadores y sus presas: vallas de protección, perros de protección de rebaños, dispositivos para ahuyentar con ruidos, establos para el ganado y vigilancia. Sin embargo, estas medidas no resultan eficaces para frenar los crecientes ataques ni su ferocidad. Las zonas más protegidas son aquéllas en las que los depredadores ejercen una mayor presión. En efecto, los depredadores logran pasar por encima o por debajo de los cercados, se acostumbran a los ruidos fuertes que forman parte de sus rituales de ataque, y los edificios de las granjas se convierten en un espacio confinado del que las presas no pueden escapar. Además, en las zonas que los grandes carnívoros van recolonizando, los depredadores pocas veces sienten miedo de los humanos, debido a su falta de contacto con ellos o al temor por los asentamientos urbanos, por lo que los dispositivos para espantarlos no les afectan realmente.

La inacción de la UE en este ámbito supone una grave violación del bienestar de los animales. Pareciera que  se  considerara superfluo el  ganado y  fuera  normal que  sufriera para  que  las especies  salvajes  puedan  sobrevivir.  Si bien  al  principio  la  disminución  de  las  especies depredadoras era un factor de preocupación, hoy en día, al no limitarse los ataques, el hecho de que haya comida a su libre disposición hace que estas poblaciones crezcan exponencialmente y de forma incontrolada.

Por mi propia experiencia como agricultora y ganadera en Francia, sé que el «plan francés para la gestión  del  lobo»  y  estas  medidas, ya  sean  preventivas o  financieras, carecen de  eficacia  y resultan, en general, peligrosas para los humanos y los animales domésticos de nuestros territorios rurales. No obstante, no se trata únicamente de un problema francés, sino europeo, que conlleva medidas y restricciones a escala europea y que, por consiguiente, necesita una solución europea. Los fondos para proteger a las zonas rurales de los grandes carnívoros no deberían provenir de la PAC ni del bolsillo de los ganaderos. Si la sociedad civil y la Comisión desean que los lobos, los osos y los linces campen a sus anchas, que utilicen otros fondos pero no los de agricultura, ya que los agricultores no pueden ser los únicos en sufrir las consecuencias financieras. Cada año se retiran fondos del presupuesto de la PAC para poner en marcha esas medidas  que  no  logran  su  objetivo  y  lo  único  que  hacen  es  privar  a  los  agricultores  de financiación que podrían aprovechar para fines económicos más importantes.

Soluciones concretas para el futuro

La Directiva sobre los hábitats prevé la posibilidad de conceder excepciones en casos particulares de necesidad por razones geográficas, lo cual permite gestionar las poblaciones y garantizar una convivencia en armonía en lugares como Letonia, como es el caso con su población de linces. Sin embargo, estas excepciones son muy escasas y su concesión puede ser muy compleja, en función del país. A la luz de este auténtico peligro en nuestros territorios rurales, es el momento de conceder excepciones que devuelvan el control y la seguridad a los habitantes de estas zonas.

Asimismo, para garantizar una solución a largo plazo y realista al problema de la explosión demográfica y territorial de las poblaciones de grandes carnívoros en el campo, es indispensable modificar los anexos de la Directiva sobre los hábitats, con el fin de garantizar una mejor gestión de determinadas especies cuya población es estable y está en buen estado, en favor del bienestar de las personas y la naturaleza.

En la actualidad, grandes carnívoros como el lobo, el oso y el lince pertenecen a la categoría de especies «estrictamente protegidas», de forma que, para lograr resultados duraderos e inmediatos, es necesario ajustar su categoría a especies «protegidas». La gestión de estas poblaciones es la única manera de restablecer la armonía y volver a desarrollar la naturaleza en

los paisajes europeos, incluida la biodiversidad que se mantiene gracias al pastoreo, que además forma parte del patrimonio mundial de la UNESCO.

En su origen, esta cuestión tenía una solución inmemorial: la protección adecuada y proporcionada ante los ataques. Sin embargo, se vio trastocada radicalmente por la Directiva sobre los hábitats, que data de hace treinta años y que deja a las personas y a los animales domésticos a la merced de los ataques, mientras la Comisión Europea sigue de brazos cruzados. Gracias a esta Directiva, los grandes carnívoros están estrictamente protegidos desde 1992 en detrimento de la seguridad de las personas y de otros animales. La Directiva en cuestión prohíbe gestionar debidamente las poblaciones de dichos depredadores desde hace tanto tiempo que la Comisión cree casi imposible poder cambiar los límites y volver a dar preferencia a los humanos por encima de la expansión de la fauna silvestre en nuestros territorios.

Mientras tanto, surgen las siguientes preguntas:

¿Cuándo tomará medidas la Comisión para proteger a sus ganaderos, ciudadanos y animales domésticos?

¿Esperará a que ocurra el primer ataque a un habitante de una zona urbana en su proprio jardín?

¿Será entonces demasiado tarde para actuar?

Michèle Boudoin

Presidenta del Grupo de Trabajo «Ovinos» del Copa-Cogeca