Por Alfonso Núñez
Monumentos en homenaje al mundo rural, como el del campesino que el Ayuntamiento piensa instalar en los próximos meses en la glorieta de Simón Nieto de la capital, están más que nunca justificados.
Digo esto porque hay que reconocerle un gran valor a un sector que lucha ahora contra gigantes como el de la bajada de los precios de sus productos -como el caso de la leche de ovino- o el incremento del precio de los medios de producción -la imparable subida del gasóleo, a más de 110 pesetas el litro ya-.
Sin embargo, dentro del sector agroganadero de la provincia hay que reconocer que si alguien se ha merecido un monumento ha sido el colectivo de remolacheros de La Nava que aún no ha podido sacar la raíz de la tierra.
En el poco tiempo que llevo como presidente de ASAJA-PALENCIA, he ido tomando contacto directo con los problemas del campo palentino y sus protagonistas, y he de confesar que me ha sorprendido la dignidad de los remolacheros afectados por este problema.
Han sido protagonistas de una ardua batalla por conseguir que se molturase la remolacha que, como consecuencia de una decisión errónea de la industria, aún permanece sin extraer.
Una batalla, por cierto, en la que cada uno ha demostrado quién es. Porque ASAJA no sólo se ha visto obligada a luchar frente a la industria, sino que se ha encontrado otros enemigos en la mesa de negociación: la Upa y la Coag, empeñadas en perjudicar a este grupo de remolacheros.
Finalmente, el trabajo de ASAJA ha obtenido como resultado que los remolacheros dispongan libremente sobre si les convendrá más que se lleve a molturar al Sur, o si se acogerán al cobro de la cantidad estipulada por no sacar la raíz. Mal que les peses a la Upa y la Coag, este grupo de cultivadores, amenazados de ruina, tendrán libertad para elegir.
Y me alegro por ellos. En ASAJA todos hemos sufrido con los remolacheros de La Nava (y los de Salamanca, que corren la misma suerte). Forman parte de un colectivo sobre el que pende la espada de los recortes de la OCM del azúcar, y para remate, se encuentran con esto.
Su desesperación ante la decisión unilateral de la industria de no recoger la remolacha de sus tierras, y ser causante por tanto de su ruina económica, les empujó hace sólo unos días a protagonizar un encierro en la sede de Azucarera Ebro en Valladolid.
La cerrazón de la compañía ante la exigencia de garantías para dar salida a la remolacha, provocó que al final, el grupo anunciara que se conformaba con las disculpas de Ebro y el reconocimiento de una negligencia de la industria, para deponer su actitud en el encierro. Es decir, que fue su dignidad y no su legítima aspiración a cobrar por su producción, lo que les empujaba a permanecer encerrados. Sin duda, un ejemplo para todo el sector.
De lo que sí debe servir este episodio es de aviso para que la industria no repita este tipo de conductas y no vuelva a tomar decisiones de forma unilateral con las que ponga en peligro la supervivencia de tantas familias.