DONACIANO DUJO | Presidente de ASAJA-Castilla y León

Dice el refrán que cuando dos elefantes pelean, es la hierba la que sufre. En nuestro caso, la “hierba” tiene nombre y apellidos: agricultores, ganaderos y consumidores. Y la pelea no es entre paquidermos, sino entre potencias que juegan con la economía global como si fuese un tablero propio. En el medio, como tantas otras veces, está el campo. Otra vez.

Lo hemos denunciado muchas veces: el sector agrario se ha convertido en una víctima colateral de las guerras geopolíticas y comerciales. Pero lo que antes era una simple moneda de cambio, hoy se ha transformado en algo más perverso: estamos atrapados entre el martillo y el yunque. Desde un lado llegan las sanciones y restricciones de Bruselas. Desde el otro, las amenazas de aranceles de Washington. Y en medio, el agricultor europeo intentando producir alimentos con una mano atada a la espalda y la otra vacía.

La última genialidad de la Comisión Europea es duplicar los aranceles a los fertilizantes provenientes de Rusia y Bielorrusia, dos de los principales exportadores mundiales. Para que nos entendamos: un encarecimiento deliberado a un producto del que no hay alternativa suficiente en Europa. Lo dicen los propios datos del Observatorio del Mercado de Fertilizantes: la UE nunca ha sido autosuficiente. Y lo será menos aún si seguimos cerrando fábricas, como ya ha ocurrido en varios países, víctimas de los altos precios del gas natural y de la incertidumbre regulatoria.

Los fertilizantes nitrogenados, como la urea, no son un capricho: son la base de la productividad agraria. Representan casi el 30% de los costes intermedios en las explotaciones de cereales y oleaginosas. Si su precio se dispara, el margen del agricultor se evapora, la producción baja y la cesta de la compra sube. Es un dominó que no necesita explicación, salvo para quien se niega a ver lo evidente: sin insumos asequibles, no hay seguridad alimentaria.

Desde ASAJA llevamos tiempo proponiendo alternativas: eliminar los derechos antidumping sobre fertilizantes clave como el nitrato de amonio, facilitar el uso de fertilizantes alternativos como los RENURE, o desarrollar un plan europeo de transición para asegurar el suministro. Pero no. Bruselas prefiere cargar otra losa sobre el campo. Y lo hace, además, sin plan B, sin estrategia y sin asumir el coste político de las consecuencias.

Y por si esto fuera poco, ahora llega también el ruido del otro lado del Atlántico. El presidente Trump —que nunca ha destacado por su sutileza diplomática— amenaza con aranceles a productos europeos si se mantienen relaciones con Venezuela. Ya lo hizo una vez y no le tembló el pulso. Y cuando Estados Unidos estornuda, el campo europeo coge neumonía. No exportamos petróleo ni fabricamos chips, pero nuestras frutas, hortalizas, carnes y vinos sí están en la lista de represalias cuando alguien quiere demostrar poder.

¿Qué culpa tiene el agricultor español de las tensiones entre Estados Unidos y Venezuela? ¿O de la política energética europea? Ninguna. Pero paga por todas.

Y así estamos: atrapados en medio de intereses que no controlamos, con decisiones que se toman en despachos a miles de kilómetros y que afectan directamente a lo que pasa en nuestras fincas. Y lo peor es que, mientras suben los costes y bajan los márgenes, nos siguen pidiendo más esfuerzo, más sostenibilidad, más compromiso. ¿Con qué? ¿Con qué fertilizante, con qué precios, con qué certezas?

Esto no va solo de proteger al sector primario. Va de proteger a toda la sociedad. Porque sin agricultores, no hay alimentos. Y sin fertilizantes accesibles, los alimentos serán un lujo. ¿Está Europa preparada para eso? ¿Y España? ¿Está el consumidor dispuesto a pagar la factura de una política sin previsión?

Nosotros sí estamos preparados: para producir, para adaptarnos, para innovar. Pero no para ser el chivo expiatorio de cada conflicto internacional. Ha llegado el momento de que se nos escuche con seriedad. Que el campo deje de ser ese invitado incómodo al que se le exige mucho y se le da poco. Porque entre el martillo y el yunque, hay algo que puede romperse. Y no será el acero: será la paciencia del campo./