No conozco una campaña que no trajera sus problemas, siempre nos ha tocado luchar por la rentabilidad de las explotaciones agrícolas y ganaderas. Pero lo de este año da miedo. Y eso que veníamos ya preparados, tras sortear la pandemia, tras sobrevivir a mil crisis, pero la guerra en Ucrania ha acabado por romper el maltrecho equilibrio de los mercados mundiales, de los que a la postre dependemos todos, bien sea por lo que importamos, desde abono y la energía al cereal, bien por lo que exportamos, como la carne o el vino.
Dicen que es una guerra geopolítica, y sus consecuencias han llegado a lo que he tenido que invertir yo, como el resto de los agricultores, en esta sementera. Eso pensaba estos días, encima del tractor, haciendo labores de mantenimiento del barbecho: el dineral que hemos tenido que invertir para sacar adelante el cereal. Durante bastantes años, sembrar una hectárea de cereal acarreaba un gasto medio de unos 500 euros. Este año el gasto prácticamente se ha duplicado. Eso sin contar la amortización, la renta de la tierra, y por supuesto sin contar el trabajo del que va montado en el tractor, es decir, nuestro trabajo, porque nosotros no tenemos salarios, trabajamos en lo nuestro.
Cierto es que hoy también los cereales marcan casi el doble, y podríamos deducir que una cosa compensa la otra. Pero la agricultura no son matemáticas. Cada día de calor sofocante, cada semana sin lluvia, se traduce en cientos de kilos menos de rendimiento, en miles de euros menos de ventas. Sudores fríos es lo que sentimos los agricultores cuando vemos las previsiones de un tiempo que acompaña muy poco a nuestros campos. Y como la cabeza en el tractor da muchas vueltas, a uno le da por pensar que, en unos pocos meses, empezará una nueva sementera, y que, con una explotación de unas doscientas hectáreas, como es la mía, ya puedo ir preparando más de 150.000 euros para los gastos que inmediatamente habrá que asumir. Y más sudores fríos que te vienen, porque ¿quién sabe si en el verano de 2023 los precios del cereal en los mercados internacionales estarán a los niveles actuales? ¿Se habrán recuperado las producciones en Ucrania? ¿Habrá cierta normalidad en el suministro de energía? Seguramente ni siquiera Putin podría contestar a estas cuestiones, y los agricultores menos todavía.
En definitiva, que los profesionales de esto tenemos entre manos unas inversiones muy grandes, sin saber si el tiempo ni los precios van a dejar que las producciones compensen lo gastado. Y encima un seguro con menos coberturas que nunca, y con un tiempo cada vez más extremo. Por un lado, estamos los agricultores y ganaderos, ahogados por unos costes desorbitados, que los precios que reciben por su producción no compensan. A la vez, la cesta de la compra se ha encarecido, y muchas familias tienen dificultades. Algo no funciona. Espero que nuestra clase política se deje de batallas absurdas y protagonismos, y se emplee a fondo en poner soluciones, y ya.