En las últimas semanas he podido ver muchos pueblos donde se está haciendo obra pública, lo que supongo que se deba a que Diputación ha aprobado una nueva remesa de ayudas a fondo perdido.
Vuelta al adoquín
En las últimas semanas he podido ver muchos pueblos donde se está haciendo obra pública, lo que supongo que se deba a que Diputación ha aprobado una nueva remesa de ayudas a fondo perdido. Bien me parece, pero en algunos pueblos ya no saben en qué gastarse el dinero de las subvenciones y lo que hacen es levantar calles y aceras para construirlas de nuevo. No se invierte en actividades productivas, y a veces tampoco en mejorar servicios públicos tan necesarios, se invierte en muchas ocasiones en obras de embellecimiento, un tanto superfluas, que a poco que te descuides son horteras y reflejan poco buen gusto. Siempre me ha llamado mucho la atención la manía que tienen los alcaldes con levantar aceras de hormigón y colocarle coloridas baldosas o adoquines, cosa que no he visto en las ciudades europeas que he visitado, ni se ve en imágenes casi perfectas de grandes ciudades del mundo que tenemos a disposición de todos a través de Google. Queremos vivir el lujo de los ricos y no lo somos, un lujo innecesario que en muchos casos se paga con unos desmedidos impuestos no siempre justos y equitativos, o con unas ayudas de la Unión Europea que pagan otros países que llevan una vida menos ostentosa. Ya sé que en nuestro país nadie se pregunta de dónde viene el dinero que se gasta por parte de los gobierno y administraciones, y que es más popular gastar incluso lo que no se tiene que presentar unas cuentas saneadas, y sé que los políticos ganan simpatías despilfarrando en subvenciones e inaugurando obras. Pero a pesar de saberlo, pensaba que después de la crisis las cosas habían cambiado, pero ya veo que han cambiado para los ciudadanos, pero no para nuestra clase gobernante. Nuestros gobernantes siguen siendo, como antes de la crisis, unos populistas, unos derrochadores, utilizan prácticas distintas cuando administran lo suyo de cuando administran lo de todos, y muchos siguen siendo igual de corruptos, aunque quizás ahora se cuiden más las formas. Vamos, que roban pero más discretamente, como con miedo a un juez celoso de su trabajo.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 21 de octubre de 2016.