El Servicio de Plagas del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León, dependiente de la consejería de Agricultura, acaba de emitir una alerta sobre la aparición de los primeros indicios de incidencia de la enfermedad de la Roya Amarilla en los cereales de Castilla y León.
Roya Amarilla
El Servicio de Plagas del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León, dependiente de la consejería de Agricultura, acaba de emitir una alerta sobre la aparición de los primeros indicios de incidencia de la enfermedad de la Roya Amarilla en los cereales de Castilla y León. Esta enfermedad es conocida por los cerealistas de regadío, y ciertamente más desconocida para los de secano hasta que, sobre todo desde el pasado año, se generalizó en la mayoría de las explotaciones y ocasionó unas pérdidas francamente importantes. No se trata de entrar en detalle sobre esta enfermedad, ni sobre otras que también afectan al cereal como la Nefasia, ni sobre el “fuego bacteriano” que afecta a los perales, o las que atacan específicamente al cultivo de la patata, la remolacha, el maíz o las hortalizas. El problema está en que cada año aparecen plagas y enfermedades nuevas, o que tratamientos que eran eficaces dejan de serlo, o que se retiran del mercado principios activos que no son sustituidos por otros de coste y eficacia similar. Esto último es lo que más me preocupa, que la Unión Europea retira cada año decenas de principios activos usados en preparados comerciales para la lucha contra enfermedades vegetales, y la alternativa no satisface las necesidades del productor o no llega con la inmediatez suficiente. Porque en esto, como en salud pública y en sanidad animal, los productos que están a disposición del sector son fruto de un largo periodo de investigación y experimentación hasta que se obtiene la licencia y se comercializan, y en muchos casos por razones de rentabilidad económica no se da desde la industria agroquímica respuesta a los problemas de los productores. Y en la agricultura, las medidas que nos impone la Unión Europea de mayor respeto por el medio ambiente, como puede ser la obligación de no quemar rastrojos, hace que la lucha contra plagas y enfermedades sea más difícil y costosa, pues hay prácticas agronómicas prohibidas que antes contribuían a la lucha contra el agente causal destruyéndolo y eliminando reservorios. En otros países se permiten productos y prácticas agronómicas que aquí están prohibidos.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 17 de abril de 2015.