Las nuevas tecnologías han desplazado para siempre la costumbre de comunicarnos en estas fechas de llegada de la Navidad mediante tarjetas enviadas por correo postal. Quedan reductos de algún familiar nostálgico que se resiste, y se agradece, a entrar por el aro de desechar todo lo de antes por viejo y anticuado. Los años de la crisis pegaron un duro varapalo a las campañas de empresas e instituciones de felicitar la Navidad a sus clientes y proveedores con esos tarjetones que debían de valer un dineral, y aunque de la crisis se esté saliendo, yo pienso que esa costumbre ya no la retoman. Acordarse de los demás, también en estas fechas, es un sentimiento muy loable, y es de agradecer cuando el gesto viene de la familia, de los amigos, de compañeros incluso de etapas ya lejanas, de políticos, de empresarios, de socios del club deportivo o de cualquier otro grupo al que se pertenezca. No puedo aspirar a recibir muchas felicitaciones de Navidad porque he de confesar que correspondo poco, y no es porque no desee el bien y lo mejor a casi todo el mundo, ahora y todo el año. Dentro de las que recibo, y centrándome más en lo institucional que en lo personal, hay dos personas que se adelantan y que además no fallan nunca: Manuel Rilo y su señora María, del hipermecado E. Leclerc, y el político jubilado Jaime Lobo y su señora Pilar. A Jaime Lobo le tengo un aprecio especial, que al parecer es sobradamente correspondido. Su felicitación es absolutamente desinteresada, se paga de su bolsillo las tarjetas, las escribe de su puño y letra, le pone un sello como los de toda la vida, y la lleva al buzón de Correos. Nada que ver con esas otras felicitaciones cuyos nombres selecciona un departamento de comunicación, las escupe la impresora de un ordenador, las recoge una empresa de mensajería, y las lleva a su destinatario de forma totalmente despersonalizada. Y como estoy en deuda, aprovecho para felicitar la Navidad a los ya citados Jaime Lobo y Manuel Rilo, buenos profesionales en lo suyo – Jaime cuando fue su tiempo-, y sin duda muy buena gente.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 8 de diciembre de 2017.