Creo que es una buena política nombrar obispo de una diócesis a un sacerdote que pertenezca a su territorio o tenga alguna vinculación con el mismo. Pienso igual, por ejemplo, de los subdelegados del Gobierno. En el caso de Jesús Fernández, recién nombrado Obispo de Astorga, su vinculación es con la hermana y vecina Diócesis de León, que tratándose de la misma provincia, entiendo que para el caso que nos ocupa es lo mismo. Por razones conocidas, la Diócesis de Astorga es más rural que la Diócesis de León, y lo que le tocará al nuevo Obispo es repartir por el territorio una plantilla escasa y envejecida de curas que a duras penas podrán cumplir con las obligaciones más perentorias de su labor sacerdotal. Curas que viven entre las penas de unos feligreses con los achaques de la vejez, oficiando funerales y misas por difuntos, y convirtiendo en un hecho extraordinario los escasos bautismos o bodas que se celebran. Muchos pensarán que sin curas bien se pasa, más después de esta pandemia que hemos pasado sin maestros, sin médicos para tratar enfermedades comunes distintas al coronavirus, sin enfermeros o sin secretarios de ayuntamiento, pues a los pueblos los pocos que no han dejado de ir son el panadero, el carnicero y el frutero. Por mí que siguiera habiendo cura, médico, veterinario, farmacéutico, cartero, “practicante”, secretario de ayuntamiento, herrero, cantinero y conductor de coche de línea, pero por desgracia ni los unos ni los otros. Los curas que estarán bajo el mando del nuevo Obispo de Astorga, además de servir lo mejor que sepan y puedan a sus feligreses y a la sociedad en general, tienen que administrar ingente patrimonio histórico y cultural sembrado por cada uno de los pueblos de la diócesis, y eso debe de importarnos a todos al margen de nuestras creencias religiosas, y de hecho creo que nos importa, pues no conozco a nadie que se quede indiferente cuando roban en la iglesia de su pueblo o se cae la torre. Para todo esto, tener un obispo con capacidad y empatía es muy importante, y yo creo que esta vez el Papa ha acertado.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 12 de junio de 2020