Tenía ganas Matías Llorente de volver a ser equipo de gobierno en la Diputación para repartir a su antojo los fondos públicos y así ganarse adeptos de los que tirar en procesos electorales y aferrarse de por vida al poder. Los agricultores que hoy tienen menos de cuarenta años no habían nacido o no tenían uso de razón cuando llegó por vez primera en 1987 a la Diputación donde se ha mantenido de forma ininterrumpida hasta el día de hoy. El pacto de gobierno de UPL con el PSOE que devolvió a Matías Llorente el cargo de vicepresidente que ya ostentó en los años ochenta y noventa, junto a una nómina envidiable, le ha servido también para revisar las ayudas institucionales a las organizaciones profesionales agrarias, nunca antes cuestionadas, y repartirse para sí la mayor parte del pastel. Aflora de nuevo la verdadera cara de un personaje que trabaja para un grupo de incondicionales, que los tiene, y se la trae al pairo lo que digan y opinen los demás aunque sean mayoría, y no se sonroja cometiendo tropelías de legalidad al menos dudosa y de moralidad del peor político de república bananera. En una provincia como esta, donde tenemos una potente agricultura que hay que defender, y donde afortunadamente hay organizaciones agrarias fuertes con medios para ello, es lamentable que el secretario general de una de ellas, UGAL-UPA, aproveche sus cargos políticos para desunir al sector, para crear odios, para marcar distancias, para alentar rencores, y que lo haga a una edad en la que uno debería de pensar en dar el relevo a generaciones más jóvenes sin tantas ataduras y prejuicios. Matías Llorente, con estas decisiones que toma y que el POSE le permite, no favorece al campo, creo que tan siquiera a largo plazo favorece a la organización que representa, se favorece así mismo deseoso de que todos veamos el poder que tiene y que ejerce, de que todos veamos que en esta provincia las decisiones importantes pasan por él, a la vez que se crece con unas simpatías, no sé si merecidas, que suele tener de los medios de comunicación.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 13 de noviembre de 2020.