La disolución de las Cortes de Castilla y León junto con el anuncio de elecciones autonómicas para el trece de febrero, decretado por el ahora presidente en funciones, Alfonso Fernández Mañueco, obligará a los partidos políticos a abandonar los cuarteles de invierno y salir de un letargo que más que una estación dura todo un periodo entre elecciones. La maquinaria electoral de los partidos se ha puesto ya en marcha para ganar votos suficientes para gobernar, y lo que se decide es si va a gobernar un frente del centro izquierda con más izquierda, o un frente del centro derecha con más derecha, y si por una razón aritmética, como ocurriera con la diputación de León, la UPL gozará del privilegio de ser decisiva para inclinar a un lado o al otro la balanza. Me temo que ningún partido político nos va a mostrar sus cartas a la hora de hacer los pactos electorales, por lo tanto los votantes iremos a las urnas intuyendo lo que van a hacer y pensando que, incluso contra toda lógica, harán lo que puedan, sea más o menos ético, para mantenerse en los puestos o para acceder a ellos los que nunca los han tenido. No creo que los programas electorales vayan a ser muy determinantes, ni creo que los partidos hagan grandes esfuerzos por proponer medidas atractivas y contárselas al electorado, y más bien pienso que el debate estará entre dar continuidad a los que están o abrir la puerta a nuevos aires. Lo nuevo en Castilla y León sería apostar por un modelo difícil se separar de lo que nos está deparando el Gobierno del Estado, difícil de separar de esa forma de gobierno definida como el “sanchismo”, que todos sabemos qué es lo que significa. Castilla y León, donde podemos decir que no ha habido alternancia en lo que al gobierno regional se refiere, está preparada para soportar a la izquierda o a la derecha, y en ningún caso será un drama, pero dudo que esté preparada para soportar extremismos o caprichos de minorías que impongan sus leyes, o sus mordidas, usando un puñado de votos depositados por gente que por lo general es buena.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 24 de diciembre de 2021