Después del éxito en la movilización y consiguiente empaque mediático de la denominada “marcha blanca” de los ganaderos de vacuno de leche, es normal que la opinión pública piense si el resultado va a ser el mismo que el que tuvieron las marchas negras del carbón: cierre de minas y abandono para siempre de una actividad económica vital en las cuentas.
Marchas blanca y negra
Después del éxito en la movilización y consiguiente empaque mediático de la denominada “marcha blanca” de los ganaderos de vacuno de leche, es normal que la opinión pública piense si el resultado va a ser el mismo que el que tuvieron las marchas negras del carbón: cierre de minas y abandono para siempre de una actividad económica vital en las cuentas. Para tranquilidad tengo que decir que no, pues Europa es uno de los lugares del mundo más competitivos en la producción de leche y las granjas leonesas nada tienen que envidiar a las alemanas o las francesas, al contrario. Otra cosa es que nuestra industria láctea esté mal dimensionada, haya perdido el tren de la exportación y tenga un absoluto desapego con el territorio. Esta crisis del sector lácteo, a diferencia de la del carbón, es una crisis temporal, y con seguridad la leche volverá a valer algo más de lo que cuesta producirla, pues lo contrario no es sostenible. La preocupación y nerviosismo del sector y de las organizaciones que lo representan, está en el riesgo de que la crisis se alargue en el tiempo, descapitalice las ganaderías, las lleve al cierre, y una vez pasada la crisis se haya producido una deslocalización e incluso un cambio en el modelo productivo. Porque lo cierto es que la granja que se cierra ya no se abre, y para abrir una nueva hay que pensárselo varias veces antes de hacer una inversión millonaria –en euros-, contando con tener los millones o a alguien que te los deje. Si estuviéramos hablando de grandes empresas, en vez de pequeñas y medianas explotaciones ganaderas familiares, habría que dejar que el problema se solucionara solo, que el libre mercado terminara marcando sus inexorables reglas. Pero en el campo las cosas no funcionan así, no se puede dejar abandonadas en el mercado a unas familias que ordeñan todos los días las vacas mañana y noche, que son casi esclavos del trabajo, que cuando las cosas van bien tampoco se hacen ricos, y que venden un producto de calidad al que otros ponen precio y condiciones de pago.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en la Nueva Crónica del viernes 11 de septiembre de 2015.