En un conversación fortuita con un señor de cierta edad, un tanto obeso, y aquejado de dolencias cardio respiratorias, maldecía mí interlocutor el tiempo tan caluroso de esta semana porque “era malo para los cultivos y para el ganado”.
Malo para el ganado
En un conversación fortuita con un señor de cierta edad, un tanto obeso, y aquejado de dolencias cardio respiratorias, maldecía mí interlocutor el tiempo tan caluroso de esta semana porque “era malo para los cultivos y para el ganado”. Al menos el señor no era egoísta, y estando él pasándolo mal por las altas temperaturas, se preocupaba de una ganadería y unos cultivos que de una forma u otra les eran ajenos. Yo, especialista en esto del campo y la ganadería, asentía con la cabeza, como diciendo, tiene usted razón, pero a la vez pensaba en otras épocas pasadas donde tanto el ganado como las personas soportaban idénticas altas temperaturas con unas condiciones de vida peores. Eran otros tiempos de menos comodidades, menos medios para luchar contra las inclemencias climáticas, y más trabajo, porque, no nos engañemos, cuando no hay que trabajar o el trabajo es más llevadero, el calor se soporta mucho mejor. Cierto que la ola de calor, y todos los cambios bruscos de temperatura, son malos para los animales, lo que repercute en su bienestar, a veces en su salud, y casi siempre en su rentabilidad si son animales de abasto. Poco se puede hacer contra el calor en granjas intensivas, salvo que estén climatizadas, y hasta esos animales que pastan en el campo, se dejan pasar hambre antes de buscar la hierba en las horas más calurosas del día donde además les comen las moscas. Los animales, sobre todo los que se explotan en régimen de libertad o estabulaciones abiertas, soportan mejor las bajas temperaturas que los días calurosos. Esto es así, y está en manos del ganadero el intervenir, hasta donde se puede, para propiciar un entorno y una estancia lo más agradable posible ante cualquier adversidad climática, y se hace, tanto porque es una obligación procurar el bienestar animal, como por razones de rentabilidad económica. Si mí interlocutor estaba preocupado por los efectos del calor en el ganado, con más motivo lo estamos, cómo no, los propios ganaderos. Pero sin perder los papeles, primero las personas.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 29 de julio de 2016.