En un país netamente importador de granos de cereal, como es España, pues unos años con otros producimos menos de dos tercios de nuestro consumo total, los mercados internacionales han arrastrado la cotización de nuestras lonjas hasta un suelo que supone producir a pérdidas.
Los cereales
En un país netamente importador de granos de cereal, como es España, pues unos años con otros producimos menos de dos tercios de nuestro consumo total, los mercados internacionales han arrastrado la cotización de nuestras lonjas hasta un suelo que supone producir a pérdidas. El maíz, cereal por excelencia en nuestra provincia, ha cerrado la campaña con cotizaciones de 150 euros por tonelada, que para los que todavía se hacen mejor idea traduciéndolo a pesetas, representa el equivalente a los cinco duros de antes por cada kilo que se vende. El Anuario de Estadística Agraria del ministerio de Agricultura, del año 1986, cuando nos integramos en la entonces Comunidad Económica Europea, refleja un precio pagado a los productores de 29 pesetas con 50 céntimos, por cada kilo, el equivalente a 177 euros la tonelada, es decir, el 18 por ciento más que treinta años después. Este retroceso en los precios, que es aplicable a otras producciones agrícolas o ganaderas, explica la caída del número de explotaciones, explica el abandono de las zonas de montaña donde el minifundismo no ha podido subsistir, y explica la necesaria búsqueda de la rentabilidad por la vía de la tecnología, la mecanización y el tamaño. Si los precios de entonces se mantuviesen hoy día de forma constante, el campo tendría capacidad para un mayor número de población ocupada, y consiguientemente nuestros pueblos no estarían tan despoblados y envejecidos. Y si lo que pido no es posible, se entendería que estuviese pidiendo la misma caída de los precios para nuestros medios de producción, como los abonos, algo que no ocurre, pues no han dejado de crecer cada año, y se entendería que el consumidor se viese beneficiado por unos menores costes de los alimentos, lo que no siempre es así, y sobre todo no lo es en la misma proporción en la que han caído las cotizaciones en origen. Así las cosas, nuestros cerealistas, que tienen explotaciones mejor gestionadas que nunca, que trabajan más tierras, y que reciben unos apoyos públicos importantes, se las ven y se las desean para no ahogarse en los números rojos. Son víctimas de un mercado desregulado y caprichoso.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 1 de abril de 2016.