Pienso que la profesión de cartero está desprestigiada, que la ha desprestigiado el Gobierno que en cada momento de la historia ha sido responsable de la gestión de este servicio público que en su día se transformó en empresa pública. En mi historial laboral, lo primero que figura son las cotizaciones a la Seguridad Social como empleado del organismo público de Correos, que viene de, cuando siendo estudiante, le hacía las vacaciones de verano al cartero del pueblo, por eso no soy sospechoso de no tratar este asunto con sumo cariño. Los carteros llevábamos y traíamos cartas importantes que siempre llegaban, que llegaban cuando se las esperaba, y custodiábamos los giros de dinero que casi siempre iban para los hijos estudiantes o en el servicio militar. Es verdad que los tiempos han cambiado para todo y para todos, y consecuencia de ese cambio se entiende que este servicio público se haya tenido que reconvertir en otra cosa distinta a lo que fue. Ha cambiado porque ya no se escriben cartas familiares, ni se envían postales, porque el banco te disuade con costes adicionales para que no recibas documentos bancarios, porque a nadie se le ocurre enviar un giro de dinero –desconozco si este servicio se sigue prestando-, porque las suscripciones a revisas y prensa diaria son contadas, y porque el descenso de población rural ha encarecido sobremanera el servicio. En este afán de reinventarse, Correos se ha apuntado al negocio de las compras por Internet, al negocio de la paquetería, compitiendo con otras empresas seguramente que mejor gestionadas y con empleados seguramente que peor pagados, y además con la obligación, como servicio público que es, de llegar a todo el territorio, incluso a ese territorio despoblado que no es rentable. Esta semana Correos publicitaba una campaña para enviar por paquetería productos de la matanza, supongo que comprados, que de los de la matanza casera ya no quedan, y yo, necesariamente, exclamaba eso de ¡pero adónde hemos llegado!. Pues nada, tendrá que ser así, pero ya lo siento.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en la Nueva Crónica del viernes 26 de enero de 2024.