Hasta hace unos meses, o hasta hace un par de años, el comercio mundial funcionaba como un reloj suizo. Las mercancías producidas en cualquier parte del mundo se transportaban por los cinco continentes gracias a una logística bien diseñada por la empresa privada y además con costes muy asequibles. Esto valía tanto para el transporte de grandes mercancías, como pueden ser materias primas o maquinaria, como para el transporte de alimentos, o los más variados productos que se encuentran en los  bazares regentados por los chinos. Este mercado funcionaba, no faltaba de nada, si faltaba se contaba con un plazo cierto de entrega, y como mucho hacíamos la crítica a los efectos no deseados de esa globalización: la competencia desleal, la deslocalización de empresas y la caída del empleo en ámbitos locales. La crisis sanitaria, las guerras, la inflación global, la crisis energética y  un desinflamiento de la economía, nos han abocado a situaciones antes impensables de desabastecimiento de mercados. Todo está más caro, pero a la vez escasea, se entrega en plazos largos, y casi todo ha dejado de ser previsible. Vale que este verano se hayan agotado productos porque de nuevo, y tras dos años de parón, se han vuelto a celebrar fiestas y a no perdonar vacaciones, pero cuesta acostumbrarse a que un coche o una máquina esté días en el taller esperando una pieza que antes llegaba en veinticuatro horas desde cualquier punto de Europa o en cuarenta y ocho desde cualquier punto del mundo, cuesta entender que puedan faltar alimentos básicos en los lineales, que no haya algo tan simple como cubitos de hielo que se fabrican con agua y frío, o que en los bares de las fiestas de los pueblos el problema fuera encontrar vasos para la bebida. Muchas cosas que antes eran inmediatas ahora hay que planificarlas y pedirlas al proveedor habitual con mucha antelación, y al escasear no hay libre competencia, por lo tanto te ves en la obligación de comprar o contratar casi sin pactar precio ni condición alguna. En esta situación, la vida de los ciudadanos es peor, y la de las empresas, un infierno.