Curiosa me pereció la noticia de varios dirigentes del PSOE reclamando en sus respectivos ámbitos de competencias que se incluyan las construcciones de piedra seca, es decir, sin argamasa, en la declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad que realiza Naciones Unidas. No entiendo mucho lo de inmaterial, porque una pared de piedra puede ser cualquier cosa menos inmaterial. Pero a lo que vamos, bien me parece que se reconozca lo que tenemos, pero no nos pasemos con figuras de reconocimiento y protección que después ponen límites a la propiedad y nadie se acuerda de ayudar cuando hay que invertir dinero, a veces mucho dinero, para conservar su estado. Como aficionado y amante de la albañilería, que lo soy, siempre me han llamado la atención esas paredes de piedra que han aguantado el paso de los años y que con tanto esfuerzo hicieron nuestros antepasados. Le veo todo el sentido a los chozos de pastores, corrales de ganado, colmenares para proteger del oso y otros enemigos naturales, los pozos o norias empedrados (quizás el mejor ejemplo en la provincia de León), y me cuesta más ver la utilidad de esas paredes que delimitan viejas viñas, huertos o prados en mí pueblo de la Valdería. Creo que muchas de estas paredes se hicieron para afianzar más el instinto de propiedad, eso de lo mío es mío, y no tanto para una mejor gestión agrícola. Mis antepasados, que levantaron paredes de piedras seca, con peñas acarreadas desde la sierra, hicieron un esfuerzo un tanto inútil si su cometido se limitaba a marcar la linde con el vecino. Quiero pensar que además delimitar las lindes, esas peñas bien colocadas pero poco pulidas por el cantero, servían también para evitar que los animales entraran en los huertos o para que los que pastaban no se salieran del prado. Si ese apego a la propiedad no tuviera vínculos tan fuertes, hasta materializados en muros, la tierra estaría en manos de los profesionales que la trabajan, las fincas serían más grandes y se podrían mecanizar, y el matorral no se comería cada año cientos de hectáreas de terreno de cultivo.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 28 de diciembre de 2018.