Si alguna producción ha evolucionado en los últimos años, dentro del sector agrario, es si duda la vitivinicultura. En los últimos quince años se han arrancado viñas viejas, se han plantado nuevas, se han mejorado las técnicas de cultivo, y se ha profesionalizado el sector como pocos.
En el mundo del vino no todo es lo que parece*
Si alguna producción ha evolucionado en los últimos años, dentro del sector agrario, es si duda la vitivinicultura. En los últimos quince años se han arrancado viñas viejas, se han plantado nuevas, se han mejorado las técnicas de cultivo, y se ha profesionalizado el sector como pocos. Pero a la vez, se han modernizado bodegas, se ha construido otras nuevas con la última tecnología, con indudable buen gusto desde el punto de vista arquitectónico, se han perfeccionado las técnicas enológicas, se ha mejorado la presentación y comercialización de los productos, se han abierto nuevos mercados, y se ha trabajado para que el consumidor adquiera una cultura del vino que le haga valorar todo este gran esfuerzo.
No hace tantos años, en el Bierzo, nuestra zona vitivinícola por excelencia, el vino que se comercializaba con etiqueta de calidad era minoritario. Lo común era llevarlo en cubas o garrafones a zonas de consumo popular, o lo que es peor, a destilación para alcohol. Pocos se atrevían con la mencía para envejecer en barrica, y quines no se resignaban a no pasar nunca la barrera del tinto joven, apostaban por introducir en la denominación de calidad variedades foráneas como salvadoras del futuro de la comarca. En el resto de la provincia, lo que antes llamábamos «vinos de meseta» y que ahora se amparan en la denominación de «vinos de la Tierra de León», al margen del esfuerzo que hay que reconocer a algún emprendedor, no había más que viñedos multivarietales, poco bien atendidos, de los que se obtenían uvas siempre mal pagadas por unas bodegas o cooperativas que seguían haciendo las cosas como en los años sesenta. Han resurgido estos viñedos por el hecho de disponer de una variedad autóctona, el «prieto picudo», que ha podido adaptarse a los tiempos al lograrse que siendo una variedad de rosados de aguja, se estén elaborando vinos tintos muy apreciados por ciertos consumidores. En esta zona de meseta la concentración parcelaria se ha encargado de hacer desaparecer los viejos viñedos que se han sustituido por nuevas plantaciones de las que es de esperar un prometedor futuro.
Hoy en la provincia de León podemos presumir de un vino rosado, de prieto picudo o de mencía según los gustos, que compite con cualquier denominación de calidad de España. Nuestros blancos, y particularmente nuestros godellos, pueden sorprender gratamente a cualquiera. Pero el futuro sin duda está en nuestros tintos en base a la mencía o el prieto picudo. Dos variedades asociadas con nuestra tierra, asociadas con León, y que gracias al esfuerzo compartido de viticultores y bodegueros, permiten elaborar vinos de calidad tanto jóvenes como envejecidos con los que se puede deslumbrar a cualquiera en una buena mesa.
Ahora que tenemos buenos viñedos, que tenemos buenas bodegas, que tenemos buenos agricultores y buenos enólogos, que tenemos buenos comerciales o estamos en ello; queda esperar que el negocio sea rentable para todas las partes que intervienen en el proceso. Y es que en el mundo del vino se ha invertido tanto en los últimos años, más en otras provincias que en la nuestra, que no se pude por menos que hacerse una y otra vez la pregunta de si estas inversiones van a poder amortizarse y esto va a seguir sosteniéndose por sí solo en los próximos años. Ya sé que una buena parte de la inversión ha llegado de la mano de quienes han hecho fortuna en otros negocios, y muy particularmente de la construcción, y no entro a valorar si lo que se ha invertido en el mundo del vino era dinero negro o más blanco que los copos de nieve. Lo que está claro es que si a medio plazo la inversión no se amortiza, y no se obtiene un razonable beneficio, el juguete va a durar poco en casa del empresario.
Desde el sector agrario, desde el sector vitícola, la preocupación es ya evidente en estos momentos. Las inversiones que se han hecho son grandes, pero no menos importante es el elevado coste anual de sacar adelante una producción, donde además hay dificultades para conseguir mano de obra. Se ha vendido uva de máxima calidad estos últimos años a precios entorno a los 40 céntimos de euro, con los que ya no solo no se amortizan las inversiones, sino que no se cubren los gastos corrientes que representan las labores (podas, tratamientos, laboreo, abonados, recolección, seguros,…). Me imagino que la mayoría de las empresas bodegueras están teniendo serias dificultades para salir adelante con tanta competencia como hay en calidad y en precios, y todo en medio de un mercado saturado que hace que los almacenes sigan llenos cuando se empieza la recolección siguiente. Pero de lo que no tengo duda es que la salud económica de los viticultores, lejos de mejorar al compás de toda esta fiebre inversora en el sector, ha empeorado claramente. Unos viticultores que conforme los bodegueros han ido plantado sus propias viñas, se van quedando sin compradores, por lo que al llegar el mes de septiembre no saben a quién van a vender, a qué precio le van a facturar, y cuándo le van a pagar.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado, secretario general de ASAJA de León, publicado en La Crónica El Mundo, el 23 junio 2006.