El pasado largo fin de semana, cuando tantos españoles nos hemos desplazado de nuestro domicilio, la mayoría en distancias cortas, un columnista de El Diario Montañes se preguntaba sobre las cosas que se podían traer del pueblo.
TRAER DEL PUEBLO
El pasado largo fin de semana, cuando tantos españoles nos hemos desplazado de nuestro domicilio, la mayoría en distancias cortas, un columnista de El Diario Montañes se preguntaba sobre las cosas que se podían traer del pueblo. Me hizo pensar su artículo, aunque la respuesta tomada al pie de la letra la daba el propio columnista: productos de la matanza, frutos secos, hierbas medicinales… Nada distinto de lo que hacemos la mayoría, entre los que me encuentro, y como mucho me sorprendió que, estando en Cantabria, no citara la botella de leche pura de vaca cogida de la cántara, aunque quizás, como ocurre también en León, en la mayoría de los pueblos ya no haya una triste vaca en ordeño. Mi reflexión, leída la columna, se fue por los derroteros de lo que llevamos o dejamos de llevar a los pueblos. Por lo general, llevamos lo que nos sobra o nos estorba: bicis viejas o que usaban unos niños que se han hecho grandes, colchones que te parten la espalda, sofás que quitamos por viejos o anticuados, muebles que no vemos qué hacer con ellos, algún electrodoméstico que no encaja en la nueva cocina, y ropa que dejamos de ponernos para ir al trabajo pero que no nos acompleja que nos vean con ella en el pueblo. Las casas de los pueblos acumulan no poca basura que en un gesto de generosidad hemos ido llevando cada fin de semana o al inicio de las vacaciones, y es así porque, quién puede y debe hacerlo, no se ha plantado y le ha puesto el billete de vuelta antes de cruzar la puerta.
Y lo que no llevamos al pueblo, quizás escudados en que responde a una obligación colectiva y no individual, son los bienes y servicios de los que carece nuestro medio rural y que lo sitúa en clara desventaja. No llevamos el arreglo de las carreteras, ni un buen servicio sanitario de médico y ATS al menos semanal, ni un cura que diga misa los domingos, ni un maestro que enseñe, ni un autobús de línea, ni buena cobertura de móvil, ni actividades de ocio, ni servicios sociales, ni actividades culturales, ni industrias para que se quede la gente. A los pueblos, de valor, no llevamos casi nada, y a este paso, dudo que sigan yendo los Reyes Magos.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado para la Nueva Crónica del viernes 12 de diciembre de 2014