El pasado sábado estuve de ruta de montaña por el municipio de Riello, una de las mejores actividades que se me ocurre para pasar un día de vacaciones.
Incendio en Socil
El pasado sábado estuve de ruta de montaña por el municipio de Riello, una de las mejores actividades que se me ocurre para pasar un día de vacaciones. Uno de los pueblos que visité fue Socil, donde al día siguiente, el pasado domingo, se produjo un incendio forestal que todavía podría haber tenido peores consecuencias. Para quienes no conozcan la zona, se trata de una media montaña con algún prado segado, monte de robledal, y mucho monte bajo que ocupa terrenos que hace cincuenta años se cultivaban de centeno. El único aprovechamiento ganadero es el vacuno en extensivo, si exceptuamos algún rebaño trashumante que sube a los puertos dos o tres meses de verano. El campo de Socil y alrededores se veía blanco, blanco de yerbajos no pastados y avena loca que todavía crece en primavera y que ahora está seca como le ocurre al resto del cereal, más cuando ni en esa zona de la montaña ha caído una gota de agua desde hace dos meses. Las noticias periodísticas del incendio fueron que se propició por una quema de rastrojos, y no es difícil pensar que en la mente de quien lee o escucha la noticia está culpabilizar a un agricultor, pues el rastrojo es una labor agrícola, y la agricultura la hacen los agricultores. El diccionario de la RAE define rastrojo como “residuo de los tallos de la mies que queda en la tierra después de segado”, nada parecido a lo que hay en los campos del municipio de Riello. Por lo tanto, este incendio, como tantos otros, nada tiene que ver con los agricultores ni con las labores agrícolas, y quizás sí tendrá que ver con labores impropias de mantenimiento de propiedades rústicas abandonadas, por parte de propietarios jubilados o que viven fuera del pueblo de forma habitual. El agricultor, en este caso el ganadero, es la víctima de este y otros incendios parecidos, pues la norma, a mí parecer injusta, le excluye del pastoreo de esos terrenos durante un periodo de cinco años. Es más, si alguien tiene un mal querer con el ganadero, ya sabe cuál es la forma más fácil de perjudicarle: tirar una cerilla al monte.
* Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 12 de agosto de 2016.