Los modernos sistemas de manipulado y almacenamiento de los alimentos hacen que ya no existan los productos de temporada, pues se conservan y venden casi todo el año, y si no es así, se importan de otras latitudes.
Productos de temporada
Los modernos sistemas de manipulado y almacenamiento de los alimentos hacen que ya no existan los productos de temporada, pues se conservan y venden casi todo el año, y si no es así, se importan de otras latitudes. Hace no tantos años, en nuestros pueblos, los alimentos perecederos se comían cuando los había, y la mayoría de los productos frescos de la huerta eran propios del verano y principios de otoño. Es verdad que después llegó la moda de los arcones congeladores – bendito adelanto-, y desde entonces en ellos se almacena, para consumir en otros momentos, todos los productos de origen vegetal o animal que admiten bien la congelación como forma de conservación. Los de mí generación, que somos los hijos de los que nacieron en los años de la guerra, no conocimos el hambre, pero sí vivimos sin ningún tipo de lujos en familias que nos apretábamos el cinturón a veces casi hasta la extenuación. Y en esto de la alimentación, se comía, en cada temporada, lo que había en casa, y era plato único para los padres, para los niños, y para los abuelos. Ahora en verano, en mí pueblo, como en todos los pueblos sobre todo de ribera, la comida de cada día eran los fréjoles, como bien me recordaba un día de estos un ilustre cepedano. Los fréjoles, en los pueblos de Astorga y La Bañeza, no son las alubias pintas o de color que así se le llama por otros lugares, son las judías verdes. Estas judías verdes, que antes eran más productivas que ahora porque había menos enfermedades , eran la base del plato más contundente, a las que se le añadía, como a casi todo, alguna grasa vegetal y sobre todo productos del cerdo, todo para mejorar el sabor y dar algo de contundencia. Hoy el comer un plato de fréjoles del huerto, en cualquiera de sus posibles presentaciones, es un placer y un lujo, y por poco habitual un festín, pero hace cuarenta años, nos salían por los ojos. No añoro aquellas barrigadas de fréjoles que acompañábamos en la mesa con una hogaza de pan de aquellas de tres kilos, pero tampoco he querido hacer un drama del asunto, pues otros lo pasarían peor.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 2 de septiembre de 2016.