Añoran en El Bierzo los tiempos en los que los estudiantes se buscaban la vida recogiendo fruta o vendimiando para sacarse un dinero para gastar durante el curso, y lo hacían casi todos, incluso los de familias más acomodadas. En otros sitios trabajaban en el riego, en recoger paquetes de paja, en lo que se podía. Ahora pocos jóvenes, tampoco los del campo, de los que cursan estudios, quieren sacrificar sus vacaciones a cambio de un trabajo remunerado con el que conseguir unos ahorros. Rechazan el trabajo quizás porque no lo necesitan, porque lo aportan los padres aun a costa de su sacrificio, y en no pocos casos porque son ya los padres los que desaniman con esa cantinela de que “te explotan”, o de “tiempo tienes para trabajar”. Pero no faltan excepciones, y son esas excepciones las que yo pretendo poner en valor. Una de las empras de servicios que cosechó mis fincas de cereal, tenia de maquinista un joven que cursaba el último curso de Ingeniaría Agraria en la ULE, y hablando con él me dijo que llevaba tres años haciendo la campaña, y que tenía algún compañero, que conozco también, que hacía lo mismo. Pues bien, estos universitarios, quizá no sean ejemplo para una sociedad que premia el mínimo esfuerzo, pero a mí me parece meritorio lo que hacen y me parece meritoria la educación que le están dando sus padres. Porque a estos futuros ingenieros agrónomos nadie le podrá decir que no conocen el campo, que no conocen a los paisanos que lo labramos, y que no conocen parte de los problemas que tenemos. Tienen demostrado ante futuros empleadores que conocen el esfuerzo, que tienen ambiciones, y que piensan en algo más que en el jolgorio, y eso no quita para que, cuando llegue el momento, aspiren a ganar más de ciento veinte euros diarios en unas jornadas largas y calurosas entre los rastrojos de la agricultura de secano. Nadie en la Escuela de Agrónomos se planteará convalidarle asignaturas, ni validarle el trabajo como prácticas obligatorias, aunque dudo que nadie con cátedra pueda planificarle unas prácticas más provechosas. Nadie le va a subir nota, aunque lo merecen.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 26 de julio de 2024.