No es raro en los pueblos de la montaña ver en este mes de julio a algunos de nuestros paisanos con guadaña al hombro en las labores de siega de la hierba. No es que todavía sieguen los prados a guadaña, la llevan para hacer algún retoque allí donde en fincas de escaso tamaño y rodeadas de sebes, no llega la maquinaria. Soy de familia de buenos segadores y nunca aprendía a segar a guadaña, cosa que lamento, más que nada por romanticismo. Me gusta esta herramienta, la guadaña, sigo el concurso de segadores que se hace cada año en Prioro, y me llamó la atención una noticia reciente de un sueco youtuber que se propuso segar una hectárea en un día y que, tras catorce horas de arduo trabajo, tan solo consiguió segar unos siete mil metros cuadrados. Segadores mecanizados de nuestra provincia, con acondicionadores “triden” enganchados al tractor y fincas grandes, en ese mismo espacio de tiempo, pueden tumbar cien hectárea de alfalfa, lo que da idea de lo que han cambiado las labores agrícolas en un espacio temporal de medio siglo. Pero dicho esto, es verdad que la mecanización del campo no ha llegado por igual a todo el territorio, y que es en las zonas más montañosas y desfavorecidas donde todavía se trabaja con maquinaria menos tecnológica, con máquinas de menores dimensiones, donde todavía el trabajo de las personas es imprescindible, y donde se mantienen labores tradicionales que requieren del uso de la pala, la azada, la hoz, la guadaña o el rastro de dientes de madera, por ejemplo. En todo caso, son labores en desuso para las que se requería una destreza, que se aprendía con la experiencia trabajando desde niño, y que van quedando en el olvido con el paso de las generaciones. La mecanización arrasó con la agricultura tradicional en los años setenta, después hemos vivido la mecanización con equipos más grandes y sofisticados, y ahora lo que se imponen son tractores más grandes todavía, con tecnología 4.0 que los hace trabajar interconectados, lo que requiere de agricultores más formados, mientras que por el contrario su esfuerzo físico se ve todavía más reducido.

*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 5 de julio de 2024