Resumiendo mucho, en España, como en una gran parte del mundo, existen dos modelos de producción ganadera: la extensiva y la intensiva. La extensiva es la que está vinculada al factor tierra o pastos y data desde la época en la que el hombre domesticó a los animales, hecho ya de por sí aberrante para muchos de nuestros actuales congéneres. Es bueno que la ganadería extensiva haya pervivido hasta nuestros tiempos en amplias zonas del planeta y que haya políticas agrarias que garanticen su viabilidad económica futura, pues además de ser una fuente de alimentos de máxima calidad, aprovechan recursos naturales que de otra forma se perderían, y contribuyen a mejorar los ecosistemas, el paisaje rural, y todo junto fija población en los territorios casi siempre más despoblados, agrestes y periféricos.
El otro modelo, el de la ganadería intensiva, el que no depende de una base de tierra o de pastos, es un modelo ganadero del siglo XX que por suerte sigue siendo útil y viable en nuestros días, es el modelo ganadero que ha permitido acercar la proteína animal también a las capas sociales más humildes, y ha contribuido y está contribuyendo a la difícil tarea de erradicar el hambre en el mundo. Los profesionales del sector saben cómo gestionar las explotaciones para que sean económicamente viables, para producir con los más elevados estándares de sanidad y bienestar animal que imponen administraciones exigentes como la europea, y para poder ofrecer al consumidor proteína animal que además de nutrir conforma uno de los placeres de la vida. Un placer legal y legítimo, como para algunos es fumar porros.
En los últimos tiempos, y de la mano de grupos conservacionistas con ideología de extrema izquierda, se ha cuestionado el modelo de ganadería intensiva que se practica en el mundo más desarrollado, y se hace no con una base científica, sino con argumentos ideológicos. A la ganadería intensiva no se le reconoce mérito alguno, al ganadero no se le valora su trabajo y su inversión, por lo que es permanentemente denostada asociándola incluso a los grandes capitales y fortunas colgándoles el sambenito de que son “macrogranjas”. Todo es una “macrogranja” donde a puerta cerrada se maltrata y tortura a los animales.
Los ganaderos tenemos difícil defender nuestro papel en una sociedad a la que ya le sobra de todo, hasta alimentos, y defender nuestro papel ante una opinión pública donde el que opina es el radical, mientras que el ciudadano normal moderado aguanta estoicamente las ocurrencias de una legión de “perroflautas” negacionistas de los alimentos con apoyos cada vez más frecuentes en los gobiernos de los países europeos, empezando por el nuestro.
El debate en el modelo ganadero no es el que ha abierto el ministro Garzón, ni el de algunos ganaderos que se apuntan a defender lo suyo y que se alegran del mal del vecino, el debate es que un país como España, en el que afortunadamente tenemos una cabaña ganadera envidiable en medio mundo y que está encontrando un importantísimo nicho de mercado en la exportación, conviva el modelo de explotación ganadera extensiva con el de las granjas más intensivas. Ambos modelos, en su conjunto y no siendo auto excluyentes, darán sentido a nuestra agricultura, potenciarán como lo están haciendo nuestra balanza comercial exterior, prestigiarán nuestra turismo gastronómico y asentarán población en el territorio rural. Es el momento de cerrar un debate estéril que surge de quienes han nacido en la opulencia y no piensan en los demás, tan siquiera en esa gran parte del mundo en la que se pasa hambre, en la que la gentes se muere de hambre, y en la que un niño lloraría de felicidad si pudiera comerse a dos manos un muslo de pollo o una chuleta de cerdo agarrada por el hueso.
León, 7 de enero de 2021.
José Antonio Turrado
Secretario General ASAJA C. y L.