Pensamos que la recuperación de la quema controlada de rastrojos puede ser defendida desde la razón con argumentos de peso.
Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León
Salvo los recién incorporados en los últimos años, la inmensa mayoría de los agricultores y ganaderos hemos conocido desde siempre la quema controlada de rastrojos en nuestros campos. Práctica agronómica tradicional, nuestros padres y abuelos conocían bien sus beneficios: permitía una limpieza sencilla y eficaz de residuos vegetales que de lo contrario se convertían en reservorios de plagas y enfermedades. Realizada correctamente, con los medios de prevención adecuados, solo ofrecía ventajas, no solo para la agricultura, sino también para la naturaleza y el medio rural. Esto fue así hasta hace poco tiempo, y de hecho continúa siendo así en países punteros como Estados Unidos, donde las quemas siguen siendo herramienta muy valorada en la agricultura. Las restricciones casi absolutas que existen hoy en día obligan al agricultor a consumir una cantidad cada vez mayor de fitosanitarios, porque rápidamente las plagas se hacen resistentes y hay que insistir en las aplicaciones. Eso quiere decir más trabajo y más coste, pero sobre todo más productos químicos en nuestros campos. ¿Eso es garantizar el equilibrio medioambiental? Lo dudo mucho, la verdad, más bien da la impresión de que estamos intentando “matar moscas a cañonazos” para evitar un sistema mucho más sensato como son las quemas controladas.
Insisto y subrayo la palabra “controladas”. Nadie está hablando de dar patente de corso a cualquiera para echar una cerilla en los campos. Primero porque el agricultor sabe que su mejor patrimonio es una tierra sana, en este trabajo no pueden agotarse los recursos un año porque luego llegará la siguiente sementera, y la siguiente cosecha. Segundo, porque llevamos muchos años acompañados de la Política Agrícola Común, unas ayudas que solo recibes si cumples escrupulosamente con numerosos requisitos medioambientales. El agricultor hoy por hoy es muy consciente de lo que está en juego.
Estas ventajas del sistema no solo las defendemos nosotros, también las corrobora un informe de la Universidad de Navarra, en el que se defiende que la eliminación con fuego de los rastrojos en linderas, cunetas, arroyos o pastos primero mejora las condiciones agronómicas de la agricultura y ganadería, y segundo, es mucho menos contaminante que el uso reiterado de herbicidas fungicidas e insecticidas. Además, poder retrasar la retirada de restos agrícolas permite también mantener hasta octubre un resguardo útil para las aves para la caza. Y además es una medida de prevención de incendios porque esas áreas tratadas actuarán como cortafuegos naturales en la próxima campaña.
En resumen, pensamos que la recuperación de la quema controlada de rastrojos puede ser defendida desde la razón con argumentos de peso. Las recientes reuniones con los responsables autonómicos de Medio Ambiente y Agricultura han sido esperanzadoras en ese sentido, y confiamos en que sean resolutivos y 2016 sea el año de la rehabilitación de esta práctica.