Celedonio Sanz Gil. Periodista especialista en temas agroganaderos
Este verano he podido dar largos paseos por los montes de pinares de mi pueblo, y en los diferentes lugares que he visitado he procurado salir del típico recorrido de la plaza, el castillo, la iglesia y el restaurante. He buscado, en los alrededores de cada localidad, las praderas, los pinares, las arboledas cercanas, los parajes que rodean a las resecas fuentes de agua y humedad en el estío: barrancos, fuentes, ríos y arroyos.
En todos ellos, junto a la ya tradicional falta de cuidado, de limpieza, el exceso de basura, maleza, madera podrida y la carencia de una tala selectiva en los cada vez más escasos tramos de robles, de fresnos o de encinas, he podido comprobar un fenómeno novedoso: la abundancia y el descontrol de ciertas especies de fauna salvaje que se ha visto favorecido por el abandono del hombre, por la cada vez menor presencia humana en estos espacios, y por las medidas de protección.
Primero fueron los conejos, que de una época en la que estuvieron al borde de la desaparición pasaron a convertirse en una plaga en muchos parajes. Después llegaron los topillos, que en un verano abandonaron el subsuelo de los bosques donde ya no cabían y se internaron como una verdadera plaga por todos los espacios húmedos de los cultivos y hasta de las urbanizaciones.
Con ellos, crecieron las poblaciones de jabalíes. En los paseos matutinos, se pueden ver sus camas en los pinares, su rastro de piñas destrozadas y sus zonas de rascado en los bajos de los árboles, y en cuanto anochece no es difícil cruzarse con una camada, con su enorme madre al frente y su retahíla de jabatos siguiendo su estela. Los grandes machos, solitarios, son un peligro en los trayectos nocturnos en las carreteras que atraviesan las zonas de pinares.
Ahora los ciervos
En los últimos años se multiplican las noticias de ataques de lobos a los rebaños y también los testimonios de paseantes que dicen haberles oído aullar en las noches claras de verano y de invierno, y está demostrado que han vuelto a extender sus dominios por todas las llanuras de la meseta castellana.
Ahora, el elemento novedoso son los ciervos, los corzos, que en su día saltaron las fronteras de algún espacio natural y ya se han multiplicado tanto que los puedes ver en cualquier paseo por los pinares o por las tierras de labor al caer la tarde o de amanecida. Como se han acostumbrado a vernos no temen ya la presencia del hombre, y no les importa estar bebiendo en los ríos y ramoneando en las praderas o en los cultivos a escasos metros de ti. Sólo cuando oyen un ruido o un movimiento inesperado salen corriendo con sus esbeltos saltos y se pierden en las zonas más frondosas de los bosques, alejadas de los caminos y los cortafuegos.
Desde luego su presencia, junto a la de las ardillas, la de las aves rapaces, los buitres, los cuervos y demás, hace los paseos mucho más entretenidos y atractivos para los caminantes, pero su crecimiento descontrolado en este espacio colonizado por el hombre, sin especies depredadoras que mantengan el necesario equilibrio ecológico, acaba convirtiendo el desarrollo de cada nueva especie en nuestros bosques en una plaga para los cultivos y los rebaños de ganado.
Los daños que causan los corzos son muy evidentes en los cultivos y también en las arboledas, donde se alimentan de los retoños de los árboles jóvenes, levantan con sus dientes su capa leñosa exterior, y si no provocan que se sequen directamente sí abren el camino para que por allí se introduzcan insectos y gusanos taladradores, que se han convertido ya en una nueva plaga que coloniza el interior de los árboles, los tronza, los seca y los hace caer sin remedio.
No son dibujos animados
No es nada agradecido poner de manifiesto el descontrol de la fauna salvaje en nuestros montes. La sociedad actual solo guarda la imagen amable de los animales en los dibujos animados, a los jabalíes les llamamos Pumba, si vemos unas ardillas buscamos a Alvin, cualquier conejo correteando nos recuerda a Tambor y con un ciervo a nuestro lado recuperamos la imagen infantil y edulcorada de Bambi. Pero aquí no habitan dibujos, son animales de carne y hueso que necesitan alimentarse, que crían a su descendencia y la protegen.
Por si fuera poco, en cuanto se produce una muerte o simplemente se anuncia una medida coercitiva en seguida sale una organización ecologista de cualquier lado, a los que nunca se ha visto por estas tierras, pero que sus pronunciamientos tienen un impacto tremendo en los medios de comunicación, y siempre los agricultores y ganaderos quedan como los malos de la película, cuando ellos son los agredidos, los que mantienen los espacios naturales con su trabajo y los que sufren las pérdidas en sus cultivos y en sus ganados.
La Administraciónautonómica, que tiene plenas competencias en estos temas, como siempre observa y actúa cuando no le queda otro remedio. Reconoce unas ayudas por los daños causados muy escasas, que paga tarde y mal. Algo que no sirve para paliar el descontrol absoluto de la fauna salvaje que se está apoderando de estas tierras.
La Administraciónes la encargada de adoptar las medidas necesarias para mantener ese equilibrio ecológico, para evitar su propagación desmedida y que la presencia de cualquier especie animal se convierta en una plaga bíblica. Hay que actuar con racionalidad, con un plan estudiado y adaptado a las características del entorno. No se puede esperar siempre y actuar solo cuando los acontecimientos te sobrepasan. Hoy son los conejos, los lobos y los ciervos, mañana pueden ser los zorros o los buitres o los osos, cualquier animal que se acerque por aquí y le guste el panorama.
Incluso en algunos lugares se dice que hay una pantera negra campando por las llanuras castellanas, y no nos extrañaría, el descontrol de la fauna salvaje en esta tierra es total y absoluto. Y eso no es bueno, aunque algunos se empeñen en defender lo contrario.