Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA de Castilla y León
La mayoría de nosotros somos nuestro propio jefe y nuestro propio obrero, estamos acostumbrados a trabajar solos y a veces arriesgamos más de la cuenta. Por desgracia en la vida muchas veces no hay, como decía aquel programa de la televisión, “una segunda oportunidad”. La prevención de riesgos es vital.
Con bastante frecuencia leemos en el periódico noticias sobre un accidente en el sector agrícola y ganadero. Suelen ocupar apenas un párrafo, unas cuantas palabras que apuntan las circunstancias, el lugar y la edad de la víctima. Una realidad a la que nadie, y los profesionales del campo menos, puede cerrar los ojos, porque esos sucesos se han llevado lo más valioso, la vida de un ser humano.
En muchas ocasiones, en los accidentes más graves o mortales los afectados son personas mayores que, o bien seguían desarrollando tareas en el campo, o bien estaban ayudando a algún familiar. Las limitaciones físicas que dan los años complican aún más las exigencias de una profesión de riesgo como es la nuestra, a la que a las tareas físicas que implica hay que sumar que se desarrolla a la intemperie, y en un terreno desigual y difícil de controlar.
En los últimos años la maquinaria agrícola ha experimentado avances muy grandes, tanto en potencia como en precisión, gracias a una tecnología puntera que ha multiplicado las prestaciones, y también por cierto el precio de tractores y aperos. Sin embargo, se echan a faltar que los niveles de seguridad de la maquinaria avancen al mismo ritmo. Las marcas presumen de vender verdaderos tanques, pero no cuentan con que al primero que hay proteger es al agricultor, que en algún momento va a tener que salir de la confortable cabina a ajustar o revisar cualquier apero, y debe poder hacerlo con las debidas garantías. Es la obligación de las firmas hacer una maquinaria segura, y así se lo han de exigir las administraciones competentes, y nosotros mismos como clientes.
Otra parte importante es la formación de los profesionales en materia de prevención laboral, porque no vale con darles unas pocas nociones a los veinte años en los cursos de incorporación. Muchos de los peligros obedecen a la misma rutina, a un exceso de confianza en nuestras posibilidades, que nos lleva a cometer un error fatal por no tomar las debidas precauciones. Tiene que haber una formación continua, para lo que hemos de contar con el apoyo de la administración, retirado por completo desde que se inició la crisis económica en nuestro país.
Las casas de maquinaria tienen su parte de responsabilidad, y también los poderes públicos. Pero no podemos olvidar que los que nos jugamos todo en esto somos nosotros, los agricultores y ganaderos. Estremece pensar que tantos compañeros han perdido la vida trabajando en sus explotaciones. Tenían la vida por delante, tenían familia, amigos, proyectos e ilusiones. La mayoría de nosotros somos nuestro propio jefe y nuestro propio obrero, estamos acostumbrados a trabajar solos y a veces arriesgamos más de la cuenta. Como autónomos, coger una baja no entra en nuestros cálculos, y salvo que no podamos levantarnos ni siquiera consideramos faltar al trabajo. Arrastramos a veces enfermedades o dolencias crónicas y seguimos tirando como podemos. Y todo eso pasa factura. Por desgracia en la vida muchas veces no hay, como decía aquel programa de la televisión, “una segunda oportunidad”. Por eso hay que tener presente que el tiempo y los recursos que se emplean en prevención no son pérdidas, sino una inversión.
* Artículo publicado en El Mundo, el 4 de abril de 2016