La consejera de Hacienda, Pilar del Olmo, ha fijado el crecimiento económico de Castilla y León, el pasado año 2016, en el 3,2 por ciento. La agricultura ha respondido bien, y junto con la industria –sobre todo la vinculada a la automoción-, permiten unas cifras macroeconómicas homologables con los territorios más pujantes de la Unión Europea.
La consejera de Hacienda, Pilar del Olmo, ha fijado el crecimiento económico de Castilla y León, el pasado año 2016, en el 3,2 por ciento. La agricultura ha respondido bien, y junto con la industria –sobre todo la vinculada a la automoción-, permiten unas cifras macroeconómicas homologables con los territorios más pujantes de la Unión Europea.
Estos datos no están provincializados, y si lo estuvieran, dejarían de manifiesto que la industria no es el fuerte de una provincia como la de León, y que la agricultura, que sí lo es, no tuvo en el 2016 lo que se dice un buen año. El campo no aportó todo lo que debiera a la economía porque nuestras producciones de regadío se vieron comprometidas por la climatología y por ello no tuvimos grandes cosechas, y porque los precios no acompañaron.
Pero es verdad que si en el conjunto de Castilla y León el campo tuvo un comportamiento positivo en términos macroeconómicos, durante el pasado año, debe de ser motivo de orgullo de este colectivo que a lo que está acostumbrado es a oír eso de que los agricultores viven de las subvenciones.
Si las cuentas de Castilla y León demuestran que este es un sector capaz de dar un revulsivo a la economía de Castilla y León, en un momento determinado, eso tenemos que ponerlo en valor y exigir que, ya que es así, repercuta en su justa medida mejorando la renta de los agricultores y ganaderos.
Porque no se entiende que aparentando bonanza incluso cuando cosechas y precios no acompañan, eso no se traduzca en una mejoría sustancial de la renta disponible por parte de quienes trabajan las tierras y cuidan el ganado. El milagro de la exportación, que es lo que sin duda está compensando con creces el menor consumo interno de alimentos, no se puede entender sin un sector primario comprometido con la eficiencia y la calidad al que la industria agroalimentaria sepa reconocer su esfuerzo.
Y no es sostenible ser competitivos en los mercados exteriores si para ello las industrias juegan al cortoplacismo de comprar barata la materia prima y maniobrar con ese margen.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 10 de marzo de 2017