Por Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA de Castilla y León
La profesionalidad es un título que no puede concederte ni la Consejería, ni el Ministerio ni el mismísimo Comisario europeo de Agricultura. Ser profesional de la agricultura y la ganadería es una carrera de fondo que requiere tiempo, trabajo y también cualidades que no aparecen en el boletín oficial.
Desde que uno nace son muchos los calificativos que puedes oír sobre ti. Cuando la madre lleva al niño en el carrito, lo más normal es que las vecinas y amigas alaben lo guapo que es y lo mucho que se parece al padre. A medida que el niño crece empezará a escuchar otro tipo de comentarios sobre su persona, y ya de adulto tendrá que manejarse en la selva diaria de unos que te alaban más de lo normal –los menos– y otros que te critican sin piedad.
Si eso le ocurre a cada ser humano, similar pasa con cada colectivo. Por ejemplo el nuestro, el de los agricultores y ganaderos. Tan pronto nos pasan la mano por el lomo diciendo que somos los mejores y víctimas de todas las circunstancias, como nos ponen a caer de un burro diciendo que somos unos vagos y ‘cazaprimas’. Sí que es verdad que dentro de un sector tan diverso y que tanto ha avanzado en los últimos años, no es fácil comparar a unos con otros. Como punto de partida, creo que hay una clara diferencia entre los agricultores profesionales que nos dedicamos a esto y solo a esto, y otras personas que tienen el campo como un complemento de su renta, o incluso están jubilados y siguen en el tractor. Cuando tu trabajo y patrimonio dependen al cien por cien del campo, tu compromiso es, lógicamente, mayor.
Pero la profesionalidad es un título que no puede concederte ni la Consejería, ni el Ministerio ni el mismísimo Comisario europeo de Agricultura. Cierto es que el que llega a este sector lo hace tras completar un curso de incorporación, que enriquece su formación y capacitación para tomar las riendas de su explotación; cierto es también que la normativa marca los porcentajes mínimos –bajos, eso sí– para constar como ‘agricultor activo’. Pero ser profesional de esto es una carrera de fondo que requiere tiempo, trabajo y también cualidades que no aparecen en el boletín oficial.
Una de ellas, y puede que la principal, es ser buena persona. Alguno dirá que todo lo contrario, que aquí el que no roba es porque no puede. Ser un caradura funciona a corto plazo, y es posible que logres engañar y parecer lo que no eres en una ciudad. Pero en el pueblo no hay lugar para dobleces, todos saben de dónde vienes y adónde vas. Un agricultor o ganadero que no cumpla las reglas de convivencia está perdido, porque antes o después habrá tareas o situaciones complicadas que no pueda hacer solo y para las que necesitará la ayuda o la maquinaria de otros compañeros. Esos mismos vecinos serán con los que compartas conversación o una caña, y también consejos y puntos de vista. Ese apoyo sincero es muy importante, sobre todo en un trabajo como el nuestro en el que pasamos tantas horas solos.
Otra cualidad necesaria es tener tu propio criterio. Contra lo que proclaman los comerciales de unas casas y otras, el buen profesional no es el que compra todo lo que sale. Es el que no malgasta e intenta encontrar la proporción justa entre los medios de producción y los resultados, algo muy complicado que solo vas a aprendiendo a base de errores. Conocer al milímetro tu explotación, saber qué posibilidades te ofrece el mercado y elegir el camino a seguir precisa de experiencia.
Aun el agricultor más brillante, aun la explotación mejor montada, puede fracasar si no cuenta con que esto es un proyecto a largo plazo. Si la juventud siempre ha sido impaciente, y en estos tiempos de Internet más que nunca, nadie puede contar con consolidarse como profesional del campo sin paciencia y resistencia. Llegará un año malo, y dos y tres, y tendrás que seguir invirtiendo, abonando y trabajando la tierra.
Añado también una cuestión que parece menor, pero no lo es. El año que llueve, llueve para todos, pero el que las cosas se tuercen sobrevivir dependerá de pequeños ahorros en los costes diarios. De cosas como el orden, la limpieza y un mantenimiento adecuado, que prolonga la vida útil de la maquinaria y evita costosas reparaciones; de un laboreo a tiempo (no cabe la pereza, muchas veces no hay un segundo día para hacer una tarea); de consumir energía, semilla, fitosanitarios, abono… con medida y proporción.
Aunque el valor de estas cualidades ya lo conocían nuestros bisabuelos, en estos últimos tiempos tenemos una herramienta más a nuestro alcance que, bien utilizada, presta buen servicio. Hablo de las nuevas tecnologías, que tanto están cambiando la sociedad y también el campo. Cada vez quedan menos parcelas fuera del control informático y eso, a veces, es fuente de complicaciones burocráticas. Pero a la vez, ese control nos tiene y debe proporcionar información sobre cada paso que tomamos en la explotación. Va quedando registro de cada puñado de semilla, de cada hectárea arada; también, de cada céntimo gastado en gasóleo, y si hay suerte del céntimo ganado en la venta. Todos esos datos tienen que hacernos más humildes, observar dónde estamos fallando y mejorar en lo posible. Atrás van quedando los tiempos de las bravatas, de contar lo que no existe, de presumir de lo que no hay. En los tiempos del SigPAC, todo queda al descubierto, cada uno es lo que es y, desde su persona y desde su explotación, tiene que trabajar duro para conseguir los mejores resultados. Luego llegarán lluvias y sequías, rachas mejores y otras muy malas, esos factores que no dependen de ti. Pero el buen profesional sabe cumplir con el refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”.