En el sector azucarero-remolachero, hay una oportunidad que los agricultores españoles deben aprovechar porque cuentan con la experiencia y la capacidad suficiente para ser competitivos.
Celedonio Sanz Gil. Periodista especializado en agroalimentación
Cada día es más difícil defender el azúcar blanco, refinado, procedente de la remolacha azucarera, en esta sociedad en la que los mensajes sobre la alimentación están interpretados por radicales de la lucha contra las calorías. Desde luego no vamos a enmendar la plana a los expertos que luchan contra los efectos de la excesiva ingesta calórica en la sedentaria vida actual como la obesidad o el aumento de la diabetes. Efectos que son provocados en muchos casos por los edulcorantes, no naturales, enmascarados en multitud de alimentos y que acaba pagando el azúcar liso, llano e indefenso.
Ser goloso no es una debilidad, es un placer a reivindicar porque hoy a los lamineros nos miran mal. A los que huimos de la bollería industrial pero añoramos las rebanadas de pan blanco, remojadas en leche o vino, y espolvoreadas con una buena capa de azúcar, a los que tomamos el tazón de leche con una cucharada sopera de azúcar, a los que nos gusta tener siempre un caramelo a mano y no nos escondemos para comer un pastel o un bombón, nos retiran la palabra, y hasta el saludo. Yo siempre respondo como aquel famoso anuncio: “Mi cerebro necesita azúcar”; otros parecen haber abandono su actividad cerebral y atender sólo a la muscular.
Más allá de estas situaciones particulares lo que aquí nos interesa es la producción de remolacha y azúcar en la UE, que vive un momento crucial con la desaparición de las cuotas a partir del próximo 1 de octubre. Nunca se ha denunciado bastante que a España se le impuso una producción máxima de 494.000 toneladas de azúcar, a pesar de que el consumo nacional superaba los 1,5 millones de toneladas, había que importar un millón de toneladas mientras se obligó a una buena parte del regadío de Castilla y León y Andalucía a renunciar a un cultivo fundamental, extendido desde los años sesenta del siglo XX que, además, mantenía un tejido industrial potente. Una buena parte tuvo que cerrar por falta de remolacha, su materia prima. Sobreviven cinco plantas transformadoras, de las cuales cuatro están en Castilla y León. La superficie de siembra de remolacha se sitúa en torno a las 32.000 hectáreas, más de 22.000 corresponden a Castilla y León.
El consumo de azúcar en España en los últimos años está cayendo, ronda 1,3 millones de toneladas. En 2015 en los hogares españoles se consumieron 3,87 kilos por persona, con una caída del 10,6 por ciento respecto al año anterior. Ello a pesar de que el precio cayó un 10 por ciento, pero este descenso en su coste no consiguió revitalizar la demanda. Las últimas estimaciones indican que en 2016 el consumo pudo bajar de los 3,5 kilos por persona y no se vislumbra un freno claro en esta tendencia de leve pero constante descenso.
Los expertos comunitarios no se atreven a realizar previsiones de producción para la próxima campaña, se han limitado a poner en marcha un Observatorio para evaluar la situación, pero todos esperan un notable incremento por dos razones fundamentales. La primera, el atractivo de un cultivo con buenos precios y del que llegan a la UE más de 3 millones de toneladas importadas al año. La segunda es que los cultivos alternativos no ofrecen buenas perspectivas.
En la campaña 2016/2017 la producción de azúcar en la UE alcanzó los 16,7 millones de toneladas, lo que representa un incremento del 12 por ciento sobre el pésimo año anterior, pero está por debajo de la media de los últimos cinco años.
Ahora se están realizando las primeras siembras de remolacha que se recogerán sin restricciones, sin cuotas. En Francia ya aventuran que la superficie sembrada aumentará en más del 20 por ciento. En España se cuenta con un crecimiento más limitado, se calcula que un 7 por ciento, pero la industria azucarera española considera que no habría problema en aumentar la producción de azúcar hasta las 650.000 toneladas si se consigue una cosecha “normal”, puesto que la remolacha nacional tiene el mayor rendimiento de la UE. Las expectativas generadas hacen que países como Irlanda, dónde se abandonó la remolacha con la imposición de cuotas, diversas organizaciones pretendan instaurar de nuevo su cultivo y poner en marcha una planta transformadora de azúcar. El incremento productivo parece garantizado.
Con esta proyección, a pesar de que la producción final dependerá de la marcha de los cultivos y su riqueza sacárica, todos los cálculos inciden en que se podría volver a corto plazo a un balance equilibrado en el mercado de azúcar comunitario. Esta situación no generaría graves problemas en el mercado mundial ya que los niveles de reservas están en niveles mínimos y Estados Unidos ha anunciado un aumento de las importaciones por su escasa cosecha. Pero a medio plazo será necesario elaborar una nueva orientación de los almacenamientos para la regulación del mercado interior, que sólo podrán ser privados, y la irrupción de la UE como exportador internacional puede trastocar el equilibrio actual.
Esto obligará a la Comisión Europea a implicarse en las políticas de apoyo al comercio exterior que aplican los principales países productores y exportadores de azúcar, todos ellos países en vías de desarrollo, como Brasil, Cuba, Tailandia o La India, que producen azúcar proveniente de la caña.
El sector remolachero vuelve a ser libre. Con una libertad controlada, pero hay una oportunidad que los agricultores españoles deben aprovechar porque cuentan con los conocimientos, la experiencia y la capacidad suficiente para ser competitivos, y si aquí no se aprovecha otros están al acecho para hacerlo de inmediato.
Aunque el azúcar cuenta con otro grave problema a medio plazo: el nuevo impuesto que pretende imponer Hacienda a los refrescos y bebidas carbonatadas. Porque los golosos podemos aguantar que nos retiren la palabra y hasta el saludo, pero que nos quiten el dinero del bolsillo… eso ya es mucho aguante.