En una región en la que la mitad de la producción final agraria la aporta el sector ganadero, como es Castilla y León, necesitamos forrajes de calidad, producidos cerca de las grandes áreas de consumo, y que los precios se aquilaten a la capacidad de compra de la parte pecuaria
José Antonio Turrado, secretario general de ASAJA Castilla y León
A la espera de confirmarse que el año cerealista no va a ser tan bueno como se pensaba, es decir, no será un cosechón, y que muchos se conformarán con tener una producción dentro de la normalidad, podemos dar por concluida la primera fase y más importante de la campaña de forrajes vinculada a las tierras de secano. Con las excepciones que marca una región tan extensa y variada, la producción de forrajes ha sido buena. Merece que le demos la importancia que le corresponde a una producción como esta que está vinculada a nuestros secanos, que aporta elementos positivos a esa biodiversidad agrícola que ahora persigue la nueva PAC, que cumple con los beneficios de una buena rotación de cultivos, que en muchos casos ocupa las fincas menos productivas y menos aptas para otras producciones, que diversifica el riesgo, que atiende las necesidades de la demanda local y que es pieza clave para una producción ganadera eficiente.
Fincas de cereal con escasas expectativas de cosecha que junto a la hierba indeseada van a heno o a ensilados, centenos o avenas sembradas ya con ese fin, vezas y otras leguminosas, esparceta, gramíneas y sobre todo la reina de los forrajes, la alfalfa, ocupaban este año una importante superficie de cultivo en Castilla y León y han tenido un buen desarrollo. Otra cosa muy distinta es cómo se han recogido, y aquí, por desgracia, nos encontramos con ese enemigo que es la lluvia. Y es que no ha sido el mejor año para los forrajes llevados a heno, que en algunos casos se han llevado tantas mojaduras que casi se han convertido en abono en las tierras. Tampoco las plantas deshidratadoras –de las que tenemos capacidad instalada suficiente– solucionan en su totalidad los problemas de la climatología, pues los costes de las mismas son a veces suficientemente desincentivadores como para que los agricultores no opten por entregarles la mercancía. Y como nunca llueve a gusto de todos, el frío, sobre todo el frío, ha sido el causante de que en las zonas de montaña los prados que se siegan presenten un aspecto de dar una ramplona media cosecha de hierba.
Es importante que el forraje valga dinero y se obtenga un plus de rentabilidad respecto al cereal, porque de lo contrario no se cultiva, pues todos tendemos a lo más cómodo. Pero dicho esto, los precios deberían de estar en un justo equilibrio entre las aspiraciones económicas de los agricultores y las posibilidades de pago de un sector ganadero con márgenes de beneficio muy ajustados. Unos precios que no son los elevados que se pagaron el pasado año, como ocurre siempre que hay más abundancia, y que están provocando un ligero respiro en esas ganaderías donde no se producen, o no se producen en cuantía suficiente, y tienen que salir a comprarlos fuera.
En una región en la que la mitad de la producción final agraria la aporta el sector ganadero, como es Castilla y León, necesitamos forrajes de calidad, producidos cerca de las grandes áreas de consumo, y que los precios se aquilaten a la capacidad de compra de la parte pecuaria. En esta apuesta por la producción de forrajes en Castilla y León, necesitamos un sector profesionalizado al máximo, con maquinaria y capacidad de almacenamiento, que maneje bien la venta directa y con empresas deshidratadoras compitan a base de eficiencia, un sector que esté bien visto y no penalizado por la nueva PAC, y del que se acuerden nuestras autoridades cuando legislen.