Quemar un rastrojo en medio de la meseta castellana es una práctica prohibida, muy perseguida, duramente sancionada y que puede llegar a ser delito. Se ha erradicado a base de legislación y vigilancia, aunque es práctica agronómica asentada a través de la historia, y permitida en otros países.
José Antonio Turrado. Secretario general de ASAJA de Castilla y León
Quemar un rastrojo en medio de la meseta castellana, donde no hay un árbol y por tanto no existe el riesgo de provocar un daño forestal, es una práctica prohibida, muy perseguida, duramente sancionada y que puede llegar a ser delito, con la consiguiente consecuencia penal. Se ha erradicado a base de legislación y vigilancia, y no por ello deja de estar aconsejada como práctica agronómica deseable, como se ha venido haciendo a través de la historia. España, aplicando a su manera los reglamentos europeos que regulan la Política Agrícola Común, impone unas normas de condicionalidad, imprescindibles para cobrar las ayudas, que entre otras exigencias cuenta con la de no quemar pastos y rastrojos. Y en reiteradas ocasiones hemos denunciado que medidas como esta, que redundan en unos mayores costes de producción y por lo tanto restan competitividad en un mercado globalizado, no se aplican por igual en todos los territorios con los que tenemos intercambios comerciales. En España, como parte de la Unión Europea, no podemos quemar rastrojos, ni utilizar transgénicos, ni emplear hormonas en la producción de carne o leche, ni utilizar libremente los antibióticos, pero sí pueden hacerlo otros países a los que le compramos los mismos alimentos que nosotros producimos. La mayoría de esos países terceros está en vías de desarrollo, menos avanzados que nosotros, para entendernos, pero otros están más desarrollados, y también aplican altos estándares en relación con la protección de medio ambiente, el bienestar de los animales, la sanidad, seguridad alimentaria y los derechos de los consumidores.
Este debate ha resurgido con motivo del Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones entre EE.UU. y la UE, sobre el que se pronunciará la Eurocámara el próximo lunes día 8. Si se aprueba, supondrá la entrada en nuestro país y en toda Europa de alimentos producidos bajo condiciones que aquí están prohibidas, una clara y flagrante competencia desleal. Lo que aquí es delito, allí es motivo de orgullo, y me explico. Estos días he recibido en mi casa la revista “Campo y Mecánica” que edita para todo el mundo y dirigida a clientes y amigos, la prestigiosa marca de maquinaria John Deere. En páginas centrales, un reportaje del pastoreo de verano en Flint Hills (Kansas), una franja de 160 kilómetros de ancha por 650 de larga, donde pastan cientos de miles de vacas trashumantes. Una franja con más pastos que toda la superficie dedicada al cereal en Castilla y León; pastos ricos y baratos, conservados así gracias a las quemas que hacen todos los años para que nazca hierba nueva. Las imágenes de los pastos, y de las escenas de las quemas están hoy al alcance de todo el mundo en Google. Escribe el redactor del artículo que “la belleza y la fertilidad de Flint Hills reposa en tres elementos: una capa de tierra cultivable poco profunda, la práctica de la quema y el pastoreo”.
Para quienes no tenemos prejuicios ideológicos, Estados Unidos, pese a sus fallos, es un gran país, y su grandeza se debe en parte a que han sabido aprovechar sus recursos naturales, los energéticos y los agrícolas. Desde Europa podemos esforzarnos en darles consejos, en querer que sean como nosotros, pero quizás también tengamos que aprender algo de ellos. Incluso en agricultura.